Huevazos al auto de lujo de Uriel Antuna, el último 'reclamo' de la afición de Cruz Azul

Cruz Azul luego de perder 7-0 ante América el sábado. (Mauricio Salas/Jam Media/Getty Images)
Cruz Azul luego de perder 7-0 ante América el sábado. (Mauricio Salas/Jam Media/Getty Images)

Todos deberíamos de hacernos cargo del fanatismo en el futbol. Las escenas de La Noria lo dejan claro. Sí, ya sabemos que los futbolistas son multimillonarios y que están viviendo el sueño de cualquiera: ganar dinero por jugar futbol. Pero vamos a hablar honestamente: ¿quién nos obligar a verlos? Nadie. Cada quien elige cómo sufrir y también cada quien elige qué hacer un lunes a las doce del día. Generalmente, la gente trabaja o estudia a esa hora, pero no va Xochimilco a aventar huevazos.

Hace años sonaba a cliché aquello de "ojalá así reclamaran por sus derechos" o el típico "así hay que exigirle al gobierno". Esas frases pronto se convirtieron en un chiste que servía para ilustrar a los 'iluminados' que no gustan del futbol. Pero quizá se podrían hacer un par de modificaciones y el asunto quedaría mucho más claro. ¿Y si esa exigencia incondicional fuera aplicada a la vida propia de cada uno? Porque ciertamente, la mayoría de personas que exigente "huevos" y jugar con el corazón no aplican esos preceptos en su cotidianeidad.

"En Argentina te van a pagar con aguante", le dijeron a Ángel Romero, mediocampista paraguayo que hace un mes era apodado "El Creador". ¿Y aquí, en México, con qué se le paga? ¿Con reclamos absurdos a la salida del entrenamiento? No caigamos en ningún tipo de romanticismo: a nadie le puede doler más una goleada que a los propios jugadores. A eso se dedican y son ellos quienes ponen la cara. Está perfecto ir al estadio cada quince días, pero esa es una elección que perfectamente podría ser prescindible. ¿Pagar por ir a hacer corajes? Se suponía, hace no mucho, cuando todavía no nos vendían el juego como un matar-morir, que ir al estadio era motivo de disfrute o, al menos, de de ahogo sano y familiar.

¿Con qué cara puede pedir comportamiento ejemplar un padre que lleva a su hijo a enjuiciar a tipos que se ganan la vida pateando un balón? Y no es una visión moralina: es que hasta, por sentido común, se ve ridículo. Salir en la televisión porque te caíste de una micro debe ser menos vergonzoso que robar cuadro por decirle al defensor peruano Luis Abram que mejor se vaya a su país.

El problema, sobra decirlo, no es la pasión por el futbol, sino la forma en la que esa pasión se encauza y sirve como justificación para actuar de la manera más descerebrada posible. También hay ejemplos de cómo el futbol une a las personas, un sinfín, pero tampoco llegaremos a ningún hilo negro: este juego saca lo peor y lo mejor de nosotros. Y es momento de hacernos cargo de lo peor, porque es cómodo culpar a terceros y echarles la culpa de corajes y frustraciones genéticas. Aceptar un problema y cambiarlo es mucho más difícil.

Las barras hacen lo suyo y ya tienen toda una colección de antecedentes, como cuando en 2015 invadieron internamente las instalaciones de La Noria para ratificar lo que ellos creen en sus mentes: que el equipo les pertenece, que ellos son patrones. Como no pueden mandar en ningún aspecto ni lugar, empezando por sus propias vidas, enajenadas como están a un juego y a un equipo, buscan descargar su furia en masa. Y ese clima hostil cada vez se apodera de más aficionados "comunes", que en lugar de hacer cualquier otra cosa (no vayamos a extremos, hasta tomar un refresco sería mejor que ir a aventarle huevos a Uriel Antuna) prefieren ir a presumir su fanatismo ciego a los ojos del país.

Ojalá después de un mal partido todos los aficionados tuviéramos la capacidad de decir: de últimas, que se hagan bolas y que arreglen las cosas como y cuando puedan.

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