Comprar trajes de baño en línea es como estar en círculo del infierno

Comprar un traje de baño (al menos en línea) puede sentirse como caminar en un pasillo interminable de espejos bidireccionales: nada es lo que parece, cada uno de tus pasos es vigilado y ninguna decisión te acerca a encontrar una opción que te quede bien. (Vanessa Saba/The New York Times)
Comprar un traje de baño (al menos en línea) puede sentirse como caminar en un pasillo interminable de espejos bidireccionales: nada es lo que parece, cada uno de tus pasos es vigilado y ninguna decisión te acerca a encontrar una opción que te quede bien. (Vanessa Saba/The New York Times)

Emily Ratajkowski diseña sus propios bañadores. Kim Kardashian West manda a hacer los suyos a la medida. Para casi todos los demás, comprar un traje de baño (al menos en línea) puede sentirse como caminar en un pasillo interminable de espejos bidireccionales: nada es lo que parece, cada uno de tus pasos es vigilado y ninguna decisión te acerca a encontrar una opción que te quede bien.

Ahora parece haber más opciones que nunca. Busca bañadores en Google y serán bombardeados con anuncios en todas plataformas habidas y por haber para marcas como Summersalt, YouSwim, Lively y Andie, nuevas empresas que pretenden alterar el mercado con rangos de tallas más amplios y modelos con piezas separadas para combinar.

La abundancia de opciones ha traído consigo un léxico amplificado de mercadotecnia. Hay trajes con cortes para “torsos largos”, así como otros que ofrecen niveles “mínimo”, “medio” y “máximo” de apoyo y cobertura.

Hay manuales detallados con diagramas y análisis cualitativos de cada estilo; algunos se recomiendan para ocasiones específicas (“para broncearse, pero en presencia de los abuelos”, “un día activo en la playa”), mientras que a otros se les asignan arquetipos (“lo más de lo más”, “para todos, literal”). Hay términos como “corte bajo pecho”, “punto alto del hombro” y “cadera baja”, al parecer diseñados para mejorar la personalización de las prendas.

Sin embargo, pese a todo el discurso de inclusión en estos sitios, una de las medidas de ajuste más complicadas suele pasarse por alto: la talla del sostén.

Sí hay algo de orientación. Muchos sitios tienen algoritmos y filtros que acotan el catálogo con base en todo tipo de medidas. Algunos incluso muestran cómo las tallas de bañadores corresponden a las tallas de sostén.

Aun así, tratar de encontrarle un sentido a todas las denominaciones alfanuméricas puede hacerte sentir como el meme de la mujer que resuelve un problema matemático, intentando reconciliar ecuaciones que simplemente no tienen lógica. Si alguien es DDD —la copa promedio para mujer en Estados Unidos, según True & Co.— ¿eso equivale a una talla 1, 2 o 3?, ¿L, XL o XXL?

Incluso para quienes pueden descifrar las gráficas y la jerga, las tallas en sí mismas son prácticamente inútiles. “No hay ningún estándar”, dijo Deborah Beard, presidenta de diseño técnico y elaboración de patrones en el Instituto de Moda y Tecnología. En cambio, las empresas definen las tallas de sus prendas con base en un cliente promedio. Como comercio minorista, “tienes que darte a conocer por una talla en particular”, afirmó Beard.

Desde un punto de vista técnico, explicó, las copas más grandes no plantean ningún problema: “Es la misma confección, ya sea grande o pequeña”. En cualquier caso, la copa DD+ en bañadores sigue siendo un área de especialidad.

Hay algunas marcas de rigor en esta categoría, como HerRoom, Bare Necessities, Freya, Fantasie y Panache. Cada una ofrece una amplia gama de piezas superiores de bikini en tallas más grandes.

No obstante, si bien la mayoría de las empresas cambia su inventario en concordancia con las tendencias —¿se han dado cuenta de que hay muchas piezas inferiores de bikini con corte francés?— muchas empresas de tallas de busto más grandes ofrecen variaciones de los mismos estilos año tras año. Oscilan entre lo demasiado juvenil hasta lo descaradamente aseñorado: colores brillantes, estampados chillantes, varillas agresivas, encaje y volantes, moños, botones (¿¿Qué??). Y luego están las piezas inferiores que suelen hacerles juego con cinturones y faldas.

El traje de baño deportivo, pero con sostén para bustos grandes, es más difícil de encontrar; algunas personas, cansadas de buscar, terminan conformándose con un sostén deportivo resistente al agua. O quizá desperdician una semana haciendo análisis de riesgo-recompensa con bañadores copa C y D de J. Crew y Lululemon. En años pasados, ambas marcas han ofrecido tallas más grandes. Pero este verano, esas opciones han desaparecido casi por completo. “¡¡TRAIGAN de vuelta la copa D-DD, POR FAVOR!!”, es una frase constante en las reseñas.

“Los consumidores quieren marcas que tomen en cuenta la complexión única de cada persona”, comentó Kristen Classi-Zummo, analista de prendas en NPD Group, que se enfoca en trajes de baño. Ella se dio cuenta de esto a lo largo del año pasado, la mitad del crecimiento de la demanda en la categoría de bañadores para dama provino de las piezas superiores e inferiores de bikini, que se venden por separado y permiten crear un modelo más personalizado.

Classi-Zummo también señaló que en una encuesta de NPD Group, el 40 por ciento de las mujeres informaron que su talla había cambiado durante la pandemia, lo cual podría hacer que la experiencia de comprar en línea sea aún más confusa de lo que era hace un año y medio.

Por lo tanto, decidí llevar mi búsqueda a las tiendas físicas. Lo que quedaba de las existencias en la mayoría de las tiendas departamentales ya estaba muy escogido (después de todo, era julio). No logré encontrar nada a mi medida entre los estampados al estilo de Miraclesuit y Tommy Bahama.

Como bien saben las mujeres con cierta medida de copa, la única experiencia de ajuste verdaderamente buena solo se puede hallar en una tienda de sostenes como las de antes. Así fue como terminé en Town Shop en el Upper West Side de Manhattan. Al llegar, te dan la bienvenida y te mandan casi de inmediato a los probadores, donde te traen sostenes elegidos personalmente, pues identifican tu talla a veces con tan solo mirarte.

Una vendedora llamada Allison me mostró una selección de bañadores de lujo de marcas que jamás había escuchado mencionar, como Shan y Karla Colletto. Algunos llevaban varillas ocultas, otros parecían confeccionados con algún tipo de licra mágica.

Mientras me probaba un bañador tras otro —quizá una docena en total— Allison me invitaba a mantener la mente abierta (“Recuerda”, me decía, “es un traje de baño, no un chal”) y me compartía consejos para aumentar la seguridad en mí misma: hombros atrás, levanta la mirada, camina como si fueras la dueña de la playa. Su estrategia de ventas fue agresiva, incluso llegó a mencionar la impresionante cifra de muertes por COVID-19 como un motivo para vivir la vida al máximo (es decir, compra esos modelos a 300 dólares cada uno porque la vida es corta).

En efecto, como me dijo Classi-Zummo de NPD Group, las personas por fin están volviendo a programar sus vacaciones estropeadas por la pandemia y, a su vez, están “despilfarrando en trajes de baño”.

¿Entonces qué hice yo? Gasté mucho dinero en dos bañadores que no se pueden devolver. También me ahorré varios episodios inevitables de remordimiento del comprador (y visitas a la oficina de correos para enviar de vuelta mis compras fallidas). Y aunque no soy muy buena nadadora y tampoco lo hago muy seguido, me siento más ligera, flotando en mis buenas compras, como si el verano al fin hubiera comenzado… en agosto.

© 2021 The New York Times Company