Columna: El legado de un padre inmigrante vive en una antigua cantina en Pilsen, donde la gentrificación ha sido un desafío

La noche en que murió Samuel Ornelas, la música de la vieja rocola de su cantina dejó de sonar y los antiguos bancos de la barra estaban vacíos. El 28 de enero, por primera vez en casi 50 años, El Trebol Liquors, el antro más antiguo de Pilsen, cerró sus puertas a sus fieles clientes para homenajear a Sammy, como lo llama la mayoría de la gente.

Sammy tenía 86 años y pasó la mayor parte de su tiempo en el negocio familiar que ayudó a establecer y del que se convirtió en propietario único en la última década.

Era resistente, dijo su hijo mayor, Manuel Ornelas, al igual que los otros inmigrantes que llegaron a la ciudad en los años 60 y más allá. Ellos son los que comenzaron a construir una vida en el área y dieron forma a la cultura del entonces barrio de inmigrantes mexicanos. Esos mismos inmigrantes, muchos de los cuales Sammy llamó amigos, encontraron un hogar en El Trébol.

Todavía lo hacen.

Y ahora, algunos de sus hijos e incluso nietos también lo hacen. Visitan el bar para recordar a sus seres queridos, aquellos que se establecieron en este país y muchos que también han dejado este mundo. Otros, al no poder regresar a su país natal, van a la cantina para sentirse como en casa, rodeados de otros inmigrantes que comparten historias similares, que aman la música norteña y que aspiran a volver a ver a sus familias algún día.

Casi todos los domingos, las mismas caras entran y se saludan con alegría.

Esa es la atmósfera que Sammy ayudó a crear cuando se convirtió en coinversionista en el negocio familiar a fines de los años 50. Y es por eso que se negó a cambiar el bar a pesar del desarrollo que ha tenido el barrio a lo largo de las décadas: la incorporación de restaurantes de moda, edificios de apartamentos de lujo y, por supuesto, nuevos bares.

Muchos clientes tuvieron que irse del área porque no encontraron vivienda asequible para alquilar. Los que se quedaron dicen que van al bar porque todavía se sienten como el “viejo Pilsen”, comentó Don Severo, de 86 años, quien frecuenta el bar desde sus inicios.

Cada vez que lo visita, pide lo mismo: un tequila con un vaso medio lleno de Squirt y dos cubitos de hielo.

Sammy “era un buen hombre”, dijo Severo. “Yo también ya voy pa’ ya”, indicó, pues está envejeciendo.

“Ahora sus hijos deben mantener este lugar”, agregó Severo un domingo por la tarde cuando entró al bar a comprar boletos de lotería, como lo hace todos los fines de semana. Algunos clientes que estaban en la barra se levantaron para estrecharle la mano.

Muchos estuvieron en el bar ese fin de semana para presentar sus respetos a los hijos de Sammy, Manuel y Javier, quienes se hicieron cargo del bar en 2015, cuando su padre se jubiló. Sammy dejó el negocio bajo su cuidado, pero los visitaba a menudo para saludarlos y beber una Bohemia, su cerveza favorita.

Cuando Manuel entró al negocio, sabía que tenía unos zapatos grandes que llenar, contó. Todos los hombres de su familia que administraban El Trébol, incluido su tío Ramón Verdín, quien murió en 2021, habían creado un lugar especial en un barrio que ha ido cambiando año tras año, aseguró.

De repente, hubo un interés en Pilsen y su cultura, dijo. Mientras Manuel crecía, su padre lo llevaba a la tienda de El Trébol para ayudarlo, así que conoció a muchos que frecuentan el bar en la parte de atrás. También pasó mucho tiempo en Pilsen mientras crecía.

“Es como un pueblo pequeño”, comentó.

Incluso cuando la gente se iba del vecindario, regresaba a El Trébol para ver a los amigos, añadió Manuel.

Eso hizo que Manuel se diera cuenta que, al igual que su padre, no quiere cambiar nada del bar.

No cambiará la vieja rocola de discos que reproduce solo música antigua mexicana, la que escuchaba su padre. Las canciones favoritas de Sammy son del legendario Vicente Fernandez o Los Panchos.

Tampoco planea comprar un refrigerador nuevo o reemplazar las cajas registradoras que solo aceptan efectivo. Dentro de la tienda, todavía hay una antigua cabina telefónica que alguna vez fue un santuario para los inmigrantes mexicanos que pagaban unos centavos para llamar a casa en los años 80 y 90.

Después de enterarse de la noticia de la muerte de Sammy, Ramón Velázquez, de 45 años, regresó a El Trébol por primera vez en varios meses. Vivió en las calles 19 y May durante gran parte de su vida, pero hace 10 años su familia se mudó al área de Midway porque el alquiler era más asequible por allá, contó.

“Siempre nos hacía sentir como en casa”, dijo Velázquez.

El bar es un símbolo de la resiliencia y perseverancia de Sammy para crear una vida mejor para él y sus hijos después de emigrar a este país, dijo Manuel. Su historia refleja la experiencia de muchos de los empresarios inmigrantes que iniciaron negocios familiares en Pilsen. Pocos todavía están alrededor el día de hoy.

Sammy entendió la experiencia de los inmigrantes. Sabía lo que significaba extrañar el hogar, querer sentirse seguro y comprendido. Es por eso que hizo todo lo posible para que sus clientes se sintieran bienvenidos, dijo Manuel.

A veces les daba una cerveza gratis, otras veces pedía comida y la compartía con ellos. Y cada Día de Acción de Gracias, había una cena para los clientes como muestra de agradecimiento por su negocio. Cuando los clientes visitaban la tienda con sus hijos, siempre tenía una paleta lista para ellos.

Laura Carranza, de 40 años, con lágrimas recordó las veces que entraba a la tienda con su padre solo para recibir la paleta de Sammy. Cuando los hijos de ella eran más pequeños, los llevaba solo para pasar a saludar, dijo.

“Tengo hijos ahora que lo admiran. Nunca rechazó a nadie y siempre escuchó a la gente”, dijo.

Javier Ornelas dijo que su padre era compasivo y empático, un hombre de Dios que siempre quiso ayudar a los demás.

Sammy llegó a Chicago en 1955 procedente de Encarnación de Díaz, un pequeño pueblo de Jalisco, México. Tenía solo 16 años y trabajó en un campo de algodón en Texas durante varios años antes de obtener la residencia permanente, dijo su esposa, María Ofelia Ornelas. A Sammy le encantaba bailar, recordó.

Estuvieron casados durante casi 53 años y ella lo cuidó hasta que exhaló su último aliento. Manuel, Javier y los otros seis hijos de Sammy estaban a su lado cuando murió en casa.

Manuel prometió mantener vivo el espíritu de su padre a través de su trabajo y su amor por su familia, incluido El Trébol.

Preservar el bar no es un acto de resistencia contra la gentrificación, y “tampoco significa que no demos la bienvenida a gente nueva”, dijo.

“Es respeto por mi padre y por quienes establecieron este lugar y por quienes lo visitan”, añadió Manuel. “Es algo que no encontrarás en ningún otro lugar”.

larodriguez@chicagotribune.com

Este texto fue traducido por Leticia Espinosa/TCA