Claudio Tapia - Alejandro Domínguez: una relación volcánica a la que el título mundial transformó en reconocimiento mutuo

Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, le coloca la Orden de Honor a Claudio Tapia, presidente de la AFA
Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, le coloca la Orden de Honor a Claudio Tapia, presidente de la AFA - Créditos: @NORBERTO DUARTE

Alejandro Domínguez y Claudio Fabián Tapia vienen de mundos diferentes. El paraguayo es un hombre de negocios, heredero de un imperio familiar con intereses e inversiones en múltiples rubros. El argentino, en cambio, es una historia viva de superación. Barrendero, sindicalista, futbolista amateur, delegado de su club de toda la vida, presidente de su categoría en el ascenso. Hincha fanático de la selección argentina; presidente de la AFA. Los caminos de ambos se cruzaron en 2016, en la Copa América Centenario disputada en Estados Unidos. Eran tiempos del FIFA gate y todo el fútbol sudamericano tambaleaba. La AFA, incluida. Domínguez estrenaba presidencia en la Conmebol; Tapia era el único hombre de fútbol que acompañaba a Lionel Messi y compañía. Esta es la historia de una relación de dos fanáticos del fútbol con visiones muy distintas. Pero con necesidades mutuas. Hoy, más que nunca.

“No se puede gobernar el fútbol sudamericano sin la Argentina y Brasil”. La frase, casi un mantra, fue una de las primeras de Domínguez como presidente. Encerraba su intención de acercarse a la AFA y a la CBF. Era enero de 2016 y la AFA estaba disgregada. Recién se acomodaría en marzo del año siguiente, tras pasar por una Comisión Normalizadora y adaptar sus estatutos. Domínguez, que había hecho negocios futbolísticos con Mauricio Macri, sabía que el fútbol argentino se encolumnaría detrás de Tapia. Al principio le costó aceptar que una potencia continental estuviera presidida por un directivo nacido en el ascenso profundo, en un club que no había competido a nivel internacional. Domínguez no quería que Tapia fuera otro Julio Grondona, un hombre al que su padre combatió y con el que discutió más de una vez. El nuevo presidente de la Conmebol quería consenso, más que imposición. Debía aliarse a Tapia. Aunque fueran de orígenes distintos.

Tapia puso los dos pies en la AFA, uno en la Conmebol y su estela de éxito llegó hasta la FIFA: hubo una silla en el Consejo Ejecutivo (el principal órgano de la entidad) para Argentina y Brasil, los nuevos-viejos aliados de Domínguez. Normalizada la AFA, el ascenso de su presidente fue vertiginoso. Tapia y Domínguez se veían más que un matrimonio: en Luque, en Zúrich o en Buenos Aires. Habían pasado casi tres años y todavía se recelaban. Se desconfiaban, sobre todo a partir de los escándalos de la Copa Libertadores 2018, famosa por la final de Madrid y por las sanciones retroactivas: futbolistas que jugaron pese a estar sancionados porque el Comet los habilitaba.

La relación entre Domínguez y Tapia desbarrancó en 2019. Ese año, la Copa América de Brasil marcó un punto de inflexión por las polémicas arbitrales. Lionel Messi protestó en público. Su ira se amplificó por todo el mundo. La Conmebol le abrió tres expedientes disciplinarios distintos, lo multó y le impuso un castigo disciplinario. Tapia sintió que le mojaban la oreja. Desde que asumió al frente del fútbol argentino supo que tenía que defender al as de espadas. Al capitán del seleccionado. A Messi. Entonces, instruyó a sus hombres más cercanos para que mandaran una carta incendiaria a la Conmebol. Y protestaran por las decisiones del VAR en el certamen continental. Domínguez no se lo perdonó y sacó el rebenque: Tapia estaba afuera de la FIFA, aunque seguía en el Consejo de la Conmebol.

Al presidente del fútbol argentino nunca le interesaron las relaciones internacionales. Ni las reuniones de dirigentes. Ni los congresos multitudinarios. Entiende que la gestión del fútbol pasa por otro lado: una oficina que atienda 24 x 7 x 365 en el predio de Ezeiza, antes denominado Julio Humberto Grondona y hoy rebautizado Lionel Andrés Messi; o el destino de millones de dólares en obras y mejoras para la infraestructura de todos los combinados albicelestes. “Sus dos hemisferios cerebrales están destinados para la Selección y Barracas Central. Es todo lo que le interesa”, graficó un hombre de su confianza ante la consulta de LA NACION.

El suceso de la Scaloneta modificó el tablero. A medida que se acercaba Qatar 2022, Domínguez entendió que la Argentina estaba más fuerte que Brasil. Que era, quizás, la última oportunidad de entronizar a Messi como campeón del mundo. Pero, sobre todo, supo que el fútbol sudamericano podía volver a competirle de igual a igual a Europa y arrebatarle la Copa del Mundo. Debía aprovecharlo. Empezó entonces una serie de movimientos que lo acercaron a Tapia. El primero: condonar parte del castigo que pesaba sobre Messi.

El segundo: apostar todas sus fichas a que la Copa del Mundo quedara en Sudamérica. ¿La razón? Conmebol y UEFA, la confederación europea, libran una lucha política con Gianni Infantino, presidente de la FIFA. “Ellos tendrán la caja y los votos. Nosotros, el talento”, dicen en esta parte del mundo. A Domínguez, entonces, le convenía que el trofeo más codiciado de todos quedara en su continente. Sobre todo, porque además está en plena caza de votos para el Congreso de la FIFA de 2024 en el que se elegirá la sede del Mundial de 2030. Domínguez, Tapia, Ignacio Alonso (Uruguay) y Pablo Milad (Chile) vehiculizan la candidatura a cuatro bandas para esa Copa del Mundo, la del Centenario. Nada mejor que tener a los vigentes campeones para que la motoricen. Qatar 2022 lo hizo.

Entonces, acercarse a Tapia, arroparlo, homenajearlo, tenerlo cerca, considerarlo “un amigo” (más que un amigo) es asegurarse una carta fundamental de cara a lo que viene. “Tapia va a ir por la silla en FIFA que perdió en 2019. Es el momento”, dijo otra persona que conoce de sobra al presidente de la AFA. Domínguez sabe que el máximo dirigente del fútbol argentino ya no es “Chiqui”, ni ese desconocido al que le estrechó la mano en 2016 cuando el fútbol argentino estaba anárquicamente atomizado. Ahora es el presidente de los campeones del mundo. Y eso lo hace diferente al máximo directivo de la Conmebol: la confederación sudamericana no tiene hinchas ni equipo propio. De allí que lo haya condecorado con una orden de honor que sólo tiene el chileno Arturo Salah (ex futbolista, entrenador del seleccionado y presidente de la Asociación Chilena). “Quiero decirles que en los The Best se olvidaron de un pequeño detalle: se olvidaron de condecorar al mejor dirigente del mundo. Claudio Tapia es el dirigente en carrera que más títulos ganó en el mundo”, lo ensalzó Domínguez, micrófono en mano, fuera de protocolo, en plena ceremonia. Era la noche de los campeones. También fue la noche de Claudio Tapia, que lució la insignia en su pecho.

A partir de ahora, Conmebol iniciará una especie de tour político. Tiene al campeón vigente y al máximo ganador de mundiales, Brasil. Se jacta de ser el principal vergel de talento futbolístico, del que se nutre todo el mundo. Y el que a veces rapiñan las potencias europeas. Dirán que los demás continentes necesitan a Sudamérica para seguir siendo competitivos (Italia, por caso, ya nacionalizó a Mateo Retegui y piensa en otros cuatro argentinos para su seleccionado). El fútbol argentino está de moda. Domínguez, que apostó sus fichas a un triunfo sudamericano en Qatar, lo sabe hace meses. Por eso condecora a Tapia. Por eso, la relación entre ambos vive una inesperada luna de miel. La pregunta es hasta cuándo durará.