Primero, una carrera por las rosas; después, una carrera hacia el cobertizo de cría

Flightline, un caballo invicto en seis carreras y ganador de 4,5 millones de dólares en premios, durante un descanso en Lane’s End Farm en Versailles, Kentucky, el 13 de abril de 2023. (Luke Sharrett/The New York Times).
Flightline, un caballo invicto en seis carreras y ganador de 4,5 millones de dólares en premios, durante un descanso en Lane’s End Farm en Versailles, Kentucky, el 13 de abril de 2023. (Luke Sharrett/The New York Times).

VERSAILLES, Kentucky — Flightline había engordado 45 kilos en los cinco meses que pasaron desde el final de su breve, pero asombrosa trayectoria en las carreras. Sin embargo, mantuvo los pies ligeros cuando el mes pasado entró a un cobertizo de cría como si estuviera en una alfombra roja. Una yegua llamada Bernina Star se arrastraba ante él.

El linaje de Bernina Star era aristocrático; su récord de carreras, impresionante. Después de que concluyó su vida en las carreras, alcanzó un precio de 1,2 millones de dólares en una subasta para hacer lo que estaba a punto de hacer.

Si el Derby de Kentucky se considera como los dos minutos más emocionantes de los deportes, estos tal vez fueron los 52,48 segundos más lucrativos de los deportes. El dueño de Bernina Star pagó 200.000 dólares por (ni siquiera) un minuto del tiempo de Flightline.

Esa cantidad explica por qué los mejores caballos de carreras —incluido, con toda probabilidad, el ganador del Derby del sábado— están destinados a tener carreras cortas y por qué los aficionados no pueden disfrutar de los mejores caballos durante mucho tiempo. La economía de las carreras modernas de caballos casi lo garantiza.

En el hipódromo, Flightline necesitó dos años y seis carreras invicto para ganar 4,5 millones de dólares en premios. Al hacer lo que le es natural dos veces al día en el cobertizo de cría, igualó ese total en 11 días, lo duplicó en 22 y, con 155 yeguas en su libro de citas, habrá generado 31 millones de dólares en ganancias al final de los cinco meses de cría en julio.

En un deporte al que le atribulan perpetuamente los escándalos por dopaje, las muertes frecuentes y misteriosas de sus atletas, la competencia de otros tipos de apuestas y el interés menguante de los aficionados, retirarlo es una decisión contraintuitiva. El pasado noviembre, con 4 años, Flightline era el purasangre más emocionante del mundo. Había ganado sus seis carreras por una diferencia combinada de 71 cuerpos y atraía a grandes multitudes que querían verlo volar por hipódromos como Pegaso.

Flightline, un caballo invicto en seis carreras y ganador de 4,5 millones de dólares en premios, durante un descanso en Lane’s End Farm en Versailles, Kentucky, el 13 de abril de 2023. (Luke Sharrett/The New York Times).
Flightline, un caballo invicto en seis carreras y ganador de 4,5 millones de dólares en premios, durante un descanso en Lane’s End Farm en Versailles, Kentucky, el 13 de abril de 2023. (Luke Sharrett/The New York Times).

“Lo puedes superar y justificar reconociendo que tiene un talento especial y esperas que pueda repetirlo y producir caballos rápidos en el futuro”, comentó Terry Finley, fundador y presidente de West Point Thoroughbreds, una de las cinco entidades que son dueñas de Flightline.

No obstante, Finley admitió que esta forma de pensar tiene un costo para el entusiasmo de los aficionados: “No, no es bueno para el juego”.

Las carreras de purasangres en Estados Unidos han producido héroes populares como Seabiscuit durante la Gran Depresión, maravillas etéreas como Secretariat, el ganador de la Triple Corona en 1973, apostadores runyonescos como Pittsburgh Phil y Diamond Jim Brady y amañadores de carreras modernos que acorralaron los federales.

Si hay un principio que unifica el deporte, es la inclinación —no, el compromiso— de llevarse siempre el dinero.

En la región central de Kentucky, el dinero está encima de poas con flores púrpuras enmarcadas dentro de vallas de tablones y extendidas como un lienzo sobre suaves colinas onduladas. Los caminos agrícolas serpentean entre graneros curtidos por el clima y casas majestuosas. En medio, hay caballos hasta donde alcanza la vista.

Flightline vive en Lane’s End Farm, en un prado de 2 hectáreas, un pequeño terreno de césped con una extensión de 800 hectáreas.

Toma su turno en el cobertizo de cría con otros 20 sementales. Setenta y siete tusones zigzaguean por los prados como los adolescentes revoltosos que son. Más de 200 yeguas —algunas preñadas, otras amamantando potrillos— dan vida a este Brigadoon hípico.

Lane’s End y sus vecinos son el centro de una industria de 6500 millones de dólares que da trabajo a 61.000 personas en más de 33.000 hectáreas. Pero, ¿hasta cuándo?

Las carreras de caballos llevan décadas en declive. En 2002, se apostaron más de 15.000 millones de dólares en carreras en Estados Unidos; el año pasado, la cifra descendió a 12.000 millones. En 2000, se registraron casi 33.000 potros purasangre, casi el doble del año pasado.

A pesar de todo, la competencia para crear un talento generacional como Flightline nunca había sido tan feroz.

Los y las jinetes llevan siglos intentando criar purasangres campeones, con base en una combinación de ciencia, intuición y suerte.

En la época dorada de las carreras de caballos, los Whitney, los Vanderbilt y los titanes de los negocios como el fabricante textil Samuel Riddle en esencia criaban caballos para competir. En 1919 y 1920, Man o’ War, de Riddle, ganó 20 de 21 carreras. Cuando Man o’ War fue enviado al establo de cría, Riddle limitó su libro de citas a unas 25 yeguas al año, la mayoría de las cuales eran suyas o de sus amigos y familiares.

El campeón de la Triple Corona de 1941, Whirlaway, inició 60 veces en su carrera. Los once primeros ganadores de la Triple Corona realizaron 104 carreras a la edad de 4 años o más y ganaron 57 de ellas.

En 1973, uno de ellos, Secretariat, fue vendido por la cifra récord de 6,08 millones de dólares. Lo retiraron a los 3 años después de ganar 16 de sus 21 salidas, lo cual dio inicio a la era de la cría por menudeo.

Los dos últimos campeones de la Triple Corona —American Pharoah en 2015 y Justify en 2018— también se retiraron a los 3 años, pero después de competir en muchas menos carreras que Secretariat. Los derechos del semental American Pharoah se compraron en 30 millones de dólares después de que el potro corrió nueve de once carreras como un caballo de 2 y 3 años. Justify costó 60 millones de dólares después de solo seis carreras, todas como caballo de 2 años.

La prisa por llevar los caballos al establo de los sementales ha tenido consecuencias imprevistas en una agroindustria que se está contrayendo: endogamia acelerada.

Aunque la cantidad de yeguas de cría se ha mantenido constante, la población de sementales ha disminuido. En 1991, Kentucky tenía 499 sementales cuyos libros de citas registraban un promedio de 29,9 yeguas al año. El año pasado, Kentucky tenía 200 sementales registrados con un promedio de 84 yeguas al año. Muchos argumentan que esto no es sostenible.

Hace tres años, el Jockey Club, el cual lleva el registro de la cría, citó estudios científicos que demostraban que el banco genético de los purasangres tenía cada vez menos capacidad, lo cual ponía en peligro la raza. Intentó limitar a 140 la cantidad de yeguas que podía preñar un semental. Tres granjas con dieciséis sementales entre sí, que en 2020 produjeron más de 140 yeguas cada uno, impugnaron esta regla ante los tribunales.

El año pasado, el Jockey Club dejó sin efecto la regla después de que la legislatura de Kentucky, influida por cabilderos de algunos criadores comerciales, propuso un proyecto de ley que prohibía el límite y habría puesto a la comisión estatal de carreras a cargo del registro de los purasangres criados en Kentucky.

c.2023 The New York Times Company