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Los inmigrantes mexicanos que con un balón hicieron la 'Ciudad Fútbol de EE. UU.'

El equipo varonil del bachillerato Dalton High School compuesto por generaciones de inmigrantes salta al campo de juego para disputar el clásico, como la gente local llama al enfrentamiento anual con Southeast Whitfield High School, en Dalton, Georgia, el 17 de marzo de 2022. (Audra Melton/The New York Times)
El equipo varonil del bachillerato Dalton High School compuesto por generaciones de inmigrantes salta al campo de juego para disputar el clásico, como la gente local llama al enfrentamiento anual con Southeast Whitfield High School, en Dalton, Georgia, el 17 de marzo de 2022. (Audra Melton/The New York Times)

Las personas mayores en general son blancas y llevan cajas de pizza y asientos portátiles de estadio para apoyar a sus equipos. Las madres jóvenes son principalmente hispanas y algunas tienen a bebés durmientes en el pecho. Los estudiantes y los padres también están aquí. La mayoría del condado de Whitfield se atiborró en el estadio Bill Chappell para el evento de la primavera: el clásico, el partido de fútbol varonil anual entre los rivales del condado, los bachilleratos Dalton High School y Southeast Whitfield High School.

El juego es una celebración de fútbol de alto nivel: cada uno de los equipos reina como campeón estatal en su categoría y está clasificado entre los mejores diez a nivel nacional. Sin embargo, el juego tiene una importancia más profunda: muestra cómo la inmigración y un balón de fútbol blanco y negro han transformado esta ciudad en las faldas de los Apalaches en Georgia.

Para entender en qué se ha convertido este lugar, basta fijarse en el campo de fútbol, donde durante 80 minutos los dos equipos representaron un ballet frenético, en el que el balón salía disparado de un pie al que parecía estar pegado a otro con las mismas características. La única persona que no era latina en cualquiera de los dos equipos fue el entrenador de Dalton, Matt Cheaves, quien llegó hace 28 años para evangelizar el fútbol y encontró sus discípulos en inmigrantes de primera generación que fueron criados con el juego.

Sintoniza “Monday Night Fútbol”, un programa de resúmenes de partidos de bachillerato en WDNN, o estudia el mural que se encuentra al costado del Oakwood Café, con la historia ilustrada de Dalton, una ciudad que desde hace tiempo es conocida como la “Capital Mundial de las Alfombras” (más del 80 por ciento de las alfombras de nudo hechas en Estados Unidos se produce en Dalton y sus alrededores). Catherine Evans Whitener, a quien se le llama la “Primera Dama de las Alfombras en Dalton”, está representada en el mural, pero también un arquero de fútbol.

O visita el parque James Brown, donde “las jaulas”, como se les conoce a las canchas de tenis readaptadas, están llenas de niños de 6, 8 y 10 años que juegan partidos trepidantes de fútbol a cinco goles. El ganador sigue jugando.

Tan solo cuando hayas pasado por todo eso comprenderás cómo esta ciudad de casi 35.000 habitantes —en la actualidad, un 53 por ciento son hispanos— se volvió un centro improbable de la lenta inclinación de Estados Unidos hacia el fútbol y por qué ahora se llama a sí misma la “Ciudad Fútbol de Estados Unidos”.

Vinimos a trabajar en las fábricas”, comentó Juan Azua, un consultor de servicios de campo cuya familia fue parte de la primera media docena de familias hispanas en venir en la década de 1970. “Mis padres llamaron a sus hermanos y primos y les dijeron que había trabajo aquí. De la nada, bum, otra ola arrasó con la ciudad y siguieron llegando”.

Aficionados en una multitud de 2800 personas cuando el equipo de fútbol varonil de Dalton High School recibió a Southeast Whitfield High School, en Dalton, Georgia, el 17 de marzo de 2022. (Audra Melton/The New York Times)
Aficionados en una multitud de 2800 personas cuando el equipo de fútbol varonil de Dalton High School recibió a Southeast Whitfield High School, en Dalton, Georgia, el 17 de marzo de 2022. (Audra Melton/The New York Times)

Talento, velocidad, ética de trabajo

Casi 2.800 personas llegaron aquí una cálida noche de jueves en marzo para ver a los Catamounts de Dalton High School medirse con los Raiders de Southeast Whitfield High School. Por supuesto que el clásico más famoso es cualquier partido entre el FC Barcelona y el Real Madrid, pero la rivalidad aquí también es intensa y enfrenta a primos con primos y a compañeros del mismo club entre sí.

Antes del juego, Cheaves fue una presencia reconfortante para sus jugadores desde la línea de banda. Tenía la visera de una gorra hacia abajo y pronunció suavemente sus palabras de aliento con un tono sureño. Se enamoró del fútbol cuando tenía 5 años y jugó en el bachillerato y a nivel de clubes universitarios.

“La primera vez que pateé el balón me pareció increíble”, comentó Cheaves. “Era bueno y pensaba que podía contribuir en algo”.

Cheaves llegó aquí en el verano de 1994 con un título de licenciatura en Educación Física y de la Salud de la Universidad de West Georgia. Tenía la esperanza de hacer la diferencia como entrenador de fútbol, lo cual lo volvía un caso aparte en un estado donde reina el fútbol americano.

“Crecí con entrenadores viejos que te decían que estabas jugando un deporte de comunistas”, dijo Cheaves.

A unos días de su llegada, descubrió la Dalton Soccer League, conocida de manera informal como la liga mexicana. En un campo cerca del bachillerato, Cheaves observó a dos equipos de estudiantes de secundaria intercambiar pases estupendos como si la pelota estuviera amarrada a una cuerda.

“Había talento, velocidad de sobra y una ética de trabajo”, mencionó. “No tuve que desarrollar habilidades fundamentales, sino mantener la intensidad”.

El desafío era que compitieran en nombre del equipo del bachillerato.

En el primer equipo de Cheaves, había seis jugadores hispanos. Uno era Roy Alvarran, de 43 años, un hijo de trabajadores migrantes que recogían naranjas y duraznos por 50 centavos de dólar la bolsa antes de encontrar un trabajo regular y asalariado en Dalton. A Alvarran le encantaba el fútbol, pero sintió la presión de seguir la que llamó “la ruta mexicana”. Los deportes de bachillerato y las ambiciones universitarias no estaban en esa ruta, señaló.

“Terminas la escuela, te casas, tienes un hijo a los 18 o 19 años y te vas a trabajar a la fábrica de alfombras”, comentó Alvarran. “La ruta mexicana… esa fue la que tomé”.

Jóvenes jugando fútbol. (Getty Images)
Jóvenes jugando fútbol. (Getty Images)

Alvarran, Azua y otro amigo, Todd Hudgins, son los historiadores no oficiales del fútbol en el condado de Whitfield. Compitieron entre sí en el bachillerato: Azua jugaba para los Raiders y Hudgins, para Northwest Whitfield High School. Juntos son los presentadores de “Monday Night Fútbol”.

Recargados en la valla metálica de la línea lateral, los amigos seguían compitiendo mientras recordaban.

“Las últimas tres veces que jugamos contra Dalton terminamos empatados”, dijo Azua, cuyo primo es el director técnico del equipo de Southeast Whitfield.

Un empate es como una derrota para nosotros”, respondió Alvarran, el actual presidente de la Dalton Soccer League.

El éxito del programa de fútbol de Dalton ha transformado las expectativas más allá del campo de juego.

En los últimos cuatro años, Dalton ha logrado que más de una docena de jugadores vayan becados a la universidad, entre ellos uno que fue a la Universidad de Wake Forest.

El hijo de Alvarran, Jacob, futbolista de último año con los Catamounts, espera jugar en la Universidad Estatal de Dalton. Roy Alvarran nunca fue a la universidad, pero dejó las fábricas y ahora vende seguros.

Quiero que siga en la escuela, no que dé el salto a la fábrica de alfombras”, comentó Alvarran. “No puedes hablar mal de las fábricas porque ahí ganan más de 15 dólares la hora. Salvaron a mi familia, pero hay otras formas de ganar dinero”.

La estabilidad que ofrece un pago regular en empresas como Shaw y Mohawk Industries es un poderoso incentivo para que se queden los nuevos habitantes de Dalton. Sin embargo, ahora muchos están enfocados en un camino distinto.

Todos los chicos en este campo podrían jugar en la universidad en cierto nivel”, comentó Azua. “Todos tienen la oportunidad. La duda es si aceptarán esa oferta. Y si sus padres se los permitirán”.

Unir a la comunidad

“Nuestra comunidad”, el mural a un costado del Oakwood Café en el centro de Dalton, es obra de Mayelli Meza, cuya familia migró de México. Fue develado a inicios de marzo después de que la artista pasó cuatro meses sobre una escalera con una brocha en mano. El encargo de Meza era retratar el pasado, el presente y el futuro de Dalton.

En el mural están la Primera Dama de las Alfombras; rollos de alfombras; un hombre en un kayak, por el amor que tiene la ciudad por las actividades al aire libre, y un tren, por el efecto que tuvieron las vías férreas en la expansión de la industria textil multimillonaria de Georgia.

Dos elementos prominentes son más personales para Meza. Para evocar la diversidad y el empoderamiento femenino que se están arraigando en su ciudad, incluyó a chicas adolescentes blancas, negras, hispanas, indias y asiáticas.

Luego está el arquero adolescente.

Ese es mi hijo, Isaac”, comentó Meza, quien observaba nerviosa desde la reja cómo pasaban los últimos minutos de este clásico.

Con sus atajadas y desvíos de último minuto, Isaac Meza se anticipó a los Raiders durante 78 minutos y Dalton High School logró estar al frente 3-1. No obstante, Southeast Whitfield no se dio por vencido y, a falta de 1 minuto y 14 segundos, Nathan Villanueva de los Raiders entró por detrás de la defensa de Dalton. Meza achicó, pero el balón le pasó al lado.

Su madre gesticuló y la tribuna de Southeast Whitfield hizo erupción: el marcador era 3-2 y los Raiders seguían con vida.

A dieciocho segundos del fin del encuentro, Ángel García de los Raiders se dispuso a cobrar un tiro libre. García superó la barrera de centinelas de los Catamounts que estaban parados enfrente del arco. El balón tomó efecto hacia la izquierda. Meza saltó. Rozó con los dedos la bola, pero esta se incrustó suavemente en el ángulo superior de la red.

En la jerga futbolística, García la puso donde las arañas tejen su nido.

Mayelli Meza se dirigió a abrazar a su musa. Por cuarta vez consecutiva, el clásico había terminado en empate.

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