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Torturas -y otras atrocidades- en la fábrica de campeones olímpicos de China

Fue ella misma quien eligió aquel traje de baño cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Predominante rojo en el fondo, astronautas divertidos, lunas, estrellas y cohetes conformaban aquel vestidito espacial, tan apropiado para una criatura. No era para ella un juego mental de esos en que los niños suelen vencer a sus padres a fuerza de caprichos, llantos y alaridos. Las lágrimas sólo atraían castigos. Por eso aprendió a endurecerse, “como una buena campeona olímpica”, según le dijeron. Es que así debía ser.

A pesar de su coraje y del acostumbramiento, la niña de seis años no puede aguantar el dolor. Su cara se deforma, se estira. Una lágrima baja lenta, caliente. También se tensan las estrellas, los cohetes y aquellos astronautas que eran graciosos parecen ponerse serios. Desde que sus padres decidieron “depositarla” en el gimnasio para que la conviertan en una campeona olímpica, esta es una de esas pruebas que jamás conseguirá soportar; la hacen sentir frágil, le recuerdan que es una criatura. Aguantar todo el peso de un adulto de 80 kilos sobre sus débiles piernas se ve como una tortura. Algunos, le llaman entrenamiento.

Tras la pista de Ye Shiwen

En Londres 2012, el equipo chino volvió a destacarse, manteniendo cierta regularidad con el estándar de medallas obtenidas en casa, durante los Juegos Olímpicos de Beijing. Y el de Ye Shiwen fue uno de los nombres que más ruido hizo en las arenas británicas. Aunque el eco comenzó a molestar, dando paso a la investigación. Cómo fue que esta nadadora de 16 años consiguió superar la marca del campeón masculino Ryan Lochte en los 50 metros finales de la competencia de los 400 metros combinados, en la cual –obviamente- se llevó el oro, además de batir el récord mundial de la disciplina, con un tiempo de 4:28, 43.

También en los 200 metros combinados dio qué hablar, subiéndose a lo más alto del podio y fijando un nuevo récord olímpico con un tiempo de 2:07, 57, otro hito para la natación china que, una década atrás, apenas se despertaba. Enseguida, las sospechas de dopaje. Nada, Ye Shiwen estaba limpia, al menos en cuanto a sustancias prohibidas. “Ese récord es difícil de creer, considero que aquí debemos hablar de doping genético”, dijo el estadounidense John Leonard, Director Ejecutivo de la Asociación de Entrenadores de Natación.

La investigación no arrojó los resultados esperados por el mundo deportivo occidental hasta que algunos entrenadores y especialistas consiguieron poner sus pies y sus ojos en los centros de entrenamientos de China. Muchos de lo que viajaron tantos kilómetros sólo para conocer aquellas prácticas, hoy se arrepienten de haberlo hecho. No pueden borrarlo de su mente, los gritos aún retumban; agudos, demenciales.

Métodos chinos
Métodos chinos

Centros del terror

Son más de 3000 las arenas de preparación distribuidas por toda la República Popular China, donde miles de niños pasan hasta 12 o 15 horas bajo rutinas muchas veces “inhumanas”, con el objetivo de, tal vez, representar algún día a su país en unos Juegos Olímpicos. Unos pocos consiguen alcanzar esa meta, mientras que otros sólo ganan traumas de los cuales no podrán desprenderse durante resto de sus vidas.

La pequeña Deng, de seis años, no consigue dominar la posición. Está atemorizada y eso la desconcentra. “¿Qué haces con las piernas?”, le grita desde abajo su entrenadora. Enseguida, la mujer baja brutalmente a la niña de la barra. Deng sufre, tiene pesadillas. Quiere ser campeona, pero no puede dejar de pensar en las sacudidas y en los insultos que tiene que soportar cada día durante ocho horas o más en la Escuela de Deportes Infantil y Juvenil de Shangai, a la cual llega acompañada de su padre, después de atravesar media ciudad, entre barcas y autobuses.

A pocos metros del rincón de Deng, un grupo de nenes de entre cinco y siete años con las espaldas sudadas, resisten cabeza abajo. Mientras sus brazos deben soportar todo el peso de su cuerpo, deben contar hasta 100 bajo la atenta mirada del profesor, que una vez acabado el martirio les recuerda: “Deben mostrarse felices, sonreír siempre”. El adulto a cargo es psicólogo, además de entrenador. Si se quiere, unos de los más “paternalistas” en aquel recinto. Así y todo, comprende esos métodos basados en el sufrimiento de las criaturas como la única manera de alcanzar los objetivos. Los niños sonríen, tímidos, exhaustos.

En Nanning, la capital de la región autónoma de Guanxi, al sur de la República Popular China, está el centro de entrenamientos más aterrador. Al menos, entre los que se conocen por aquí. Antes de atravesar la puerta del gimnasio de Nanning, los niños deben despojarse de su inocencia. Una vez que están dentro, no son otra cosa que “proyectos olímpicos”.

Cerca de la niña con la malla roja de astronautas que ahora descansa en silencio, una decena de criaturas de entre cinco y siete años estiran al máximo sus esqueléticas figuras, colgadas de varas ubicadas a diferentes alturas. Para ellos, es rutina. Lucen serios, y miran a la cámara, aburridos. La imagen, congela la sangre, trae de vuelta recuerdos de otras épocas. Se escuchan gritos por todos los rincones, se respira sufrimiento.

Matthew Pinsent es un ex remero británico, cuatro veces ganador de la medalla dorada. Poco después de los Juegos Olímpicos de Londres, y tras la polémica por los récords de Ya Shiwen, viajó hasta Nanning para constatar que aquellas historias de terror no eran parte de una ficción. “Es un experiencia aterradora, de la cual no te olvidas”, dijo el ex atleta a su regreso. “En Nanning, golpean, insultan y hacen llorar a niños de cinco años para convertirlos en los más resistentes y exitosos del futuro”.

Renunciar a la infancia

En la entrada del Cheng Jinglun Sports School hay un letrero. “Hoy, estudiantes de la escuela de deportes, mañana estrellas olímpicas”, dice en letras grandes, para que todos los alumnos refresquen cada mañana la finalidad de estar allí. En el natatorio de este establecimiento, ubicado en la pintoresca ciudad de Hangzhou, se formaron Ya Shiwen y Sun Yang, quien también fue medalla dorada en Londres, en los 400 metros libres.

En una de las piscinas, destinada a los más pequeños, pueden verse varias manitos colgando del borde. Los caps también asoman: son infantiles; rosados y multicolores para las nenas, con dibujitos para los nenes. Eso los distingue como pequeñines, sólo eso. Los trabajos son intensos. Patalear durante horas, hasta que las piernas ya no responden, es uno de ellos. Algunos lloran mientras hacen flexiones, otros se ríen mientras esperan su turno. Todos se olvidan de lo que deberían ser, persiguiendo un sueño adulto. El final de la película se adivina triste, con o sin medalla.

Renunciar a la infancia es premisa para convertirse en un campeón olímpico, y eso no sólo ocurre en China. Tal vez allí sea más despiadado y visible. O, tal vez, simplemente sea más fácil lanzar los dardos desde el campo occidental. Lo cierto es que los métodos que se utilizan para que los niños alcancen objetivos de los mayores son de tortura a plena luz del día, y más allá de observar e impresionarse, los organismos internacionales deberían tomar cartas en el asunto. Tomarse las cosas en serio parece un buen comienzo.

 

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