Otro final con escándalo sacude a la Copa Libertadores

Otro final con escándalo sacude a la Copa Libertadores

Nervios, ansiedad, un alto grado de excitación. Eso y mucho más se vive en cada definición de las diferentes etapas, en este caso de la Copa Libertadores.

Es normal. Pasa en todos los deportes, no sólo en el fútbol. La cuestión es saber hasta donde alcanza el grado de responsabilidad y profesionalismo que se necesita para sobrellevar las diferentes situaciones, ya sea aceptar con hidalguía la derrota y festejar con júbilo el triunfo.

 

Pero parece que en Sudamérica no aprendemos más. Algunos aún no entienden que más allá de la pasión esto es un juego, donde se gana y donde se pierde. Lamentablemente para ciertos personajes lo que ganan es la histeria y el descontrol, para así perder el profesionalismo y la responsabilidad.

Lo de este jueves en Medellín volvió a manchar la imagen de la Copa. Y es una lástima, porque lo vivido en el Atanasio Girardot no merecía un final así.

Fue un partido propio del “infarto”, tanto para Rosario Central, que cuidaba la ventaja con uñas y dientes, como para Atlético Nacional, que iba e iba en busca del gol que lo clasificara a la Semifinal.

Hasta que ese gol llegó, al minuto 95, en la agonía del partido. Y allí se desató la batalla. Primero Orlando Berrío, autor del tanto, que demostrando un alto grado de inmadurez e irresponsabilidad, se lo gritó en la cara al portero uruguayo de Central, Sebastián Sosa, lo que más tarde le costó la tarjeta roja mostrada por árbitro Daniel Fedorczuk.

“No fue la manera de desahogarme, reconozco que me equivoqué, pero cuando se meten con tu color (de piel) es feo", señaló Berrío al finalizar el partido y ya en frío.

"Ya lo dije, el arquero me dice algo, yo le digo al cuarto juez y me dice que no lo escuchó, me pidió disculpas, pero yo sé lo que digo. No estoy feliz por mi reacción, porque dejé a mi equipo con un aporte menos, pero asumo mi responsabilidad", agregó.

Otra vez el tema del racismo, que es cierto que existe, que es cierto que es condenable, que es cierto que es inaceptable. Como ya hemos repetido una y mil veces, entendemos la reacción, pero no la justificamos porque ahora Berrío deberá cumplir con la suspensión sin poder disputar al menos el primer partido de la Semifinal.

 

Pero no sólo Berrío tuvo su cuota de “irresponsabilidad”. El técnico de Rosario Central, Eduardo Coudet pasó el límite. Todo lo bueno que ha demostrado con su equipo desde que asumió el cargo lo tiró por la borda con una actitud de matón, intentando agredir a Alexander Mejía.

¿Con qué autoridad puede pedirle cabeza fría a sus jugadores cuando él mismo la pierde? ¿Qué grado de profesionalismo se le puede atribuir tras semejante barbaridad?

A su vez en La Bombonera se vivió otro partido emocionante entre Boca Juniors y Nacional. Con un final también para el infarto en la definición por tiros desde el punto penal, pero por suerte sin tener que lamentar hechos de violencia.

Sí queríamos destacar el otro acto de “irresponsabilidad”, aunque en este caso mucho más comprensible.

El protagonista fue Cristian Pavón, autor del gol del empate de Boca Juniors, quien atrapado por la alegría del festejo, se sacó la camiseta, olvidándose que tenía una amarilla.

Al árbitro brasileño Heber Lopes no le quedó otra que sacarle la segunda y por consecuencia la roja.

Si bien se cumplió con el reglamento, hay cosas que deberían ser replanteadas en el seno del arbitraje internacional.

¿Hay algo más hermoso que festejar un gol y más aún en una instancia como esta? ¿Qué tanto de malo tiene sacarse la camiseta en una clara muestra de felicidad? ¿Se puede medir con la misma vara una patada o una agresión física con un festejo?

El chico se equivocó, el mismo lo reconoció al finalizar el partido ante Nacional. “Que bol…Me olvidé que tenía una amarilla” declaró. Y se entiende, sobre todo en un momento donde el entusiasmo y la algarabía nubla la memoria…

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