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Argentina: la violencia no tiene límites

Argentina: la violencia no tiene límites

El tema de la violencia en el fútbol argentino no es nada nuevo. Se ha transformado con el correr de los años en una situación tan cotidiana que hasta resulta normal.

Pero la violencia ya no sólo se manifiesta entre las llamadas barras bravas. Lo más sorprendente y grave es que la violencia se ha trasladado a los jugadores, quienes en lugar de ir a pelear por una pelota de manera leal lo hacen con tanta vehemencia que pasan el límite de lo permitido.

Es tanto el “miedo” a perder que van a cada pelota como si se tratara de defender la vida misma, olvidando que sólo se trata de un juego.

Lo sucedido el sábado en el partido entre Gimnasia y Esgrima de La Plata y Boca Juniors es una muestra fiel de una situación que debería llamar a la reflexión. Ya no importa que el rival es un colega. Lisa y llanamente parece que fuera el enemigo en una guerra absurda.

Las patadas de Oliver Benítez y Maximiliano Coronel de Gimnasia fueron de “cárcel”. Una cacería que no se justifica bajo ningún concepto.

Y para colmo de males, el técnico de Gimnasia, Pedro Troglio, al finalizar el partido quiso “justificar” esas agresiones diciendo que de alguna manera “hay que emparejar fuerzas”, debido a la diferencia de categoría entre ambos planteles. Un disparate inaceptable.

A su vez Jonathan Calleri, de Boca, reaccionó ante una aparente provocación verbal de Osvaldo Barsottini, con un codazo descalificador.

Ante todas estas situaciones dentro de la cancha, no podía quedar afuera la habitual presencia de los barras. Esta vez fue en Mendoza donde los inadaptados de Godoy Cruz, descontentos con la actualidad de su equipo, comenzaron a arrojar proyectiles lo que derivó en la suspensión de partido ante Racing.

Para cerrar, lo más insólito es que la dirigencia política, pensando más en los resultados electorales del próximo mes de octubre que en la triste realidad que rodea al fútbol argentino, pretende ir permitiendo que los visitantes vuelvan a las canchas.

Sí, para reírse. ¿O para llorar?

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