Anuncios

La desesperación de Harden

No hay nada peor en el basquetbol que no poder hacer un tiro para empatar o ganar un encuentro, máxime si se trata de uno de postemporada. En estas instancias, cada error y cada acierto son más notorios.

Eso fue justo lo que le pasó ayer a los Rockets de Houston en el Juego 2 de la Final de la Conferencia Oeste de la NBA, en el que tuvieron que venir de atrás en varias ocasiones para impedir que se les escaparan los Warriors de Golden State. Y con relativo éxito se las habían arreglado para mantenerse con vida, sobre todo en la primera mitad, cuando llegaron a estar abajo por 16 puntos en el marcador y lograron irse al medio tiempo con el empate parcial.

Pero la segunda mitad las defensas de ambos equipos se apretaron y aunque en el lapso final del cuarto periodo los Warriors sacaron una ventaja de ocho puntos, ésta se redujo a uno solo y con el último tiro para Houston. Esto fue lo que ocurrió…



Al final, fue inevitable la frustración por parte de los Rockets, pero por obvias razones, más todavía la del propio Harden, a quien se le vio haciendo una rabieta, sin llegar a los tintes de los peloteros de beisbol, derramando el garrafón de Gatorade en el dugout o de los managers, sacando las colchonetas de su lugar para arrojarlas por doquier.



Al final del partido, en la conferencia post juego y tras haber anotado 38 puntos, James Harden respondió a los cuestionamientos de los reporteros, algunos hicieron énfasis en por qué pasarle la bola con tan poco tiempo a Dwight Howard y además lejos de la zona donde el pívot puede hacer daño.

Harden fue muy claro y no dejó lugar a dudas, está respaldando a sus compañeros y pese a la adversidad, se mantienen juntos ante lo que ocurrió en esa última intentona: “Diez veces de diez, escogeríamos esa misma jugada”.

La triste realidad para los Rockets es que están a medio camino de ser eliminados, aunque la buena noticia es que regresar a casa par sostener dos encuentros que son cruciales y donde perder no está permitido. De otro lado, Stephen Curry sonríe socarronamente, sabe que está a la mitad del trayecto para mojarse los pies en las profundas aguas de las Finales NBA, por primera vez en su carrera.