Opinión: La soledad de Iker Casillas

Iker Casillas ya es jugador el FC Porto. Su salida del Real Madrid estaba clara, pero su final no ha sido el que el buen aficionado del equipo merengue hubiera querido para quien ha sido el portero de su equipo durante 16 temporadas y  primer capitán durante los últimos cinco.

Casillas cerró su traspaso al Porto el viernes por la noche y el sábado por la mañana se presentó en la sala de prensa del Real Madrid en soledad, sin nadie del club -- ni directiva ni compañeros--, y sólo con dos folios de papel de los que leyó entre lágrimas, en una comparecencia que duró ocho minutos y que se cerró con una tibia ovación de los periodistas presentes.

Fue el último día en soledad de Iker Casillas como jugador del Real Madrid, una soledad que se ha alargado durante los últimos tres años. El club dio la espalda a su capitán, a la leyenda más grande que haya tenido jamás, después de que José Mourinho le señalara como el mayor culpable de todos los males del equipo una fria noche de diciembre del 2012.

El portugués dio la titularidad por sorpresa a Antonia Adán, y el Real Madrid perdió en Málaga; Iker no pudo contener las lágrimas en el banquillo, y desde aquel momento ya nada fue igual. Una guerra, a veces fría a veces no, se desató en el corazón del madridismo, dividido para siempre entre Casillistas y Mourinhistas.

El portero nunca alzó la voz. Quizás fue ese su mayor error, pues muchos que antes le aplaudieron pensaron que "quien caya otorga", pero para Casillas, como recalcó en su despedida, era más importante quedar como "buena persona" que ganar la batalla dialéctica con el portugués. Su leyenda se desinfló para muchos de esos aficionados que sólo creen lo que ven y escuchan en la televisión todos los días, y con Casillas no queriendo entrar en el juego, el portero salió perdiendo.

Hoy, tras el revuelo de indignación que surgió por todo el mundo después de la horrorífica puesta en escena del adiós de Casillas, el portero volvió a dar su brazo a torcer y accedió a un evento más afin a lo que el club creía que era una despedida acorde a los méritos del portero. Se habilitó el palco de honor, se dio la oportunidad de que Casillas hablara con la prensa, se escuchó al Presidente, y luego bajó Casillas a un cesped en pleno proceso de replantación para despedirse de los poco más de mil aficionados que se acercaron al Bernabéu. Otra fea y pobre muestra del poco tacto del club con sus estrellas --y como comparación con el adiós de Xavi la cosa quedó incluso peor-- y que, al final, explotó a Florentino Pérez en la cara, pues ocurrió justo lo que él pretendía silenciar: cánticos contra él, pidiendo su dimisión, y gritos de apoyo a Iker y Ramos.

Casillas debe estar feliz. Deja atrás unos años de malos tragos y de desplantes por parte del club de su vida, pero se lleva el cariño de una afición que siempre ha estado con él. En Porto ya es un ídolo y podrá disfrutar del calor del estadio de los Dragones durante los próximos dos años para recuperar la sonrisa.

Al final, y pese a la soledad que le ha perseguido en los últimos tiempos, Iker pudo ver que el madridismo nunca le dejará sólo.

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