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Un simple acto de rebeldía

Dawn Fraser (AP Photo/Haruka Nuga, File)
Dawn Fraser (AP Photo/Haruka Nuga, File)

 

Con su última broma a la autoridad, Dawn Fraser se despidió del deporte y de las reglas que tanto disfrutó romper. Los Juegos Olímpicos de Tokio ’64 le gustaron para cerrar con broche de oro su exitosa trayectoria en las piscinas y su controvertido carácter fuera de ellas. Rebelde por naturaleza, la nadadora australiana dejó en tierras japonesas su legado como atleta. De paso regaló más lecciones sobre cómo atreverse a quebrantar las normas sin verse afectada en su gloria deportiva.

 

Eterna señalada como una fiera sin domar, Fraser se opuso a los lineamientos que debía cumplir a cabalidad para ser vista con buenos ojos. Enemiga de la hipocresía y de las poses, así como de la sumisión a costa de reprimir la personalidad, la australiana hizo de la rebeldía su fiel aliada. Y en Tokio lo exhibió con toda claridad.

 

 

Todo comenzó en la ceremonia inaugural. Bajo el pretexto de que debía descansar para competir, le solicitaron no acudir al acto protocolario. Ella sabía que no la querían presente para evitar un acto bochornoso de su parte, pues solía ser ocurrente y gozaba de hacer enojar a los dirigentes. No hizo caso. Se escapó de la villa olímpica, abordó un autobús y se unió a sus compañeros. Bien se portó. Respiraron todos.

 

Pero después vino el episodio del traje de baño. Apareció en la alberca para efectuar su prueba. El uniforme que portó no era el de la marca oficial que debían utilizar los atletas de la delegación australiana. Peor aún, fue de la marca rival. “No me voy a poner algo que no me queda y que me incomoda para nadar”, argumentó. Los de pantalón largo se infartaron y no dejaron de disculparse con la marca oficial.

 

 

Lo mejor estaba por venir. En la víspera de la ceremonia de clausura, se escapó de la villa con otros compañeros. Fueron detenidos por la policía local y encerrados en la comisaría. Cuando llegaron a sacarlos, los uniformados dijeron que fueron sorprendidos en desmanes bajo las influencias del alcohol. “Un momento. No bebimos, así que borrachos no estamos. Lo único que hicimos, o mejor dicho hice, fue querer robar la bandera del Japón”, alegó Fraser. Ofendidos estaban los orientales y colapsados los dirigentes australianos, quienes no sabían dónde meter la cara por la pena. Mientras los de pantalón largo buscaron la manera de pedir perdón, Dawn Fraser acudió a la ceremonia de clausura.

 

Tras haber conquistado cuatro medallas de oro y cuatro de plata en Juegos Olímpicos durante sus participaciones en Melbourne ’56, Roma ’60 y Tokio ’64, Fraser se despidió contenta del deporte. En su felicidad, un miembro del cuerpo de guardia del emperador Hirohito se acercó a ella.

 

Dawn Fraser (AP Photo/File)
Dawn Fraser (AP Photo/File)

 

-¿Es usted la australiana que rompió el récord de nadar los 100 metros libres en menos de un minuto?

-Sí, soy yo.

-¿Es usted Dawn Fraser?

-Sí.

-¿Es usted la que se atrevió a entrar al palacio para robarse la bandera de mi país? Esto es para usted. Un obsequio de mi emperador.

 

Fraser recibió un bulto de tela muy pesado. Comenzó a extenderlo y era la bandera de Japón que intentó robarse. Hirohito le manifestaba así su admiración por lo que consiguió en la alberca y por su gallardía para atreverse a hacer lo que hizo.

 

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