Por qué en España no protestamos por el precio del fútbol

La Premier League y la Primera División son las dos ligas más caras del mundo en cuanto a precios de entradas en las taquillas. Los hinchas ingleses se han unido para quejarse contra una situación que consideran inadmisible. Sin embargo, en nuestro país una movilización similar ni existe ni se la espera.

Por qué en España no protestamos por el precio del fútbol

Los hinchas de la Premier League se han hartado, y con razón. Las entradas para ver partidos de fútbol en los estadios de la máxima categoría de inglaterra tienen un coste medio que supera los 73 euros, algo difícil de asumir para la economía del aficionado común. Consideran que no tiene sentido que los precios sean tan caros teniendo en cuenta que la fuente principal de financiación de los clubes, a día de hoy, son los contratos de televisión, y que con esta actitud lo único que se consigue es limitar la afluencia de público a las gradas.

Por este motivo, las aficiones de los 20 equipos de la división más alta, así como 10 del Championship inmediatamente inferior, han optado, por una vez, por olvidarse de sus colores y unirse. Durante la jornada de este fin de semana protagonizarán movilizaciones a lo largo y ancho del país para solicitar que los precios bajen. Kevin Miles, directivo de la Federación de Hinchas de Fútbol (FSF), sostiene que "durante los últimos 25 años el deporte se ha llenado de dinero que ha enriquecido a jugadores, propietarios de clubes y agentes, pero ya es hora de que los aficionados vean también algo de los beneficios".

La iniciativa parece sensata, toda vez que el coste medio de los billetes en Inglaterra es el más alto de todo el mundo. Está por ver si consiguen su objetivo, que pasa por reducir los importes en 20 libras (unos 27 euros); argumentan para ello que en la Bundesliga alemana acceder a las tribunas cuesta la mitad y el campeonato no ha caído en calidad. En todo caso, a raíz de este asunto se puede plantear una reflexión que nos toca más de cerca: ¿por qué en España no se hace algo parecido?

La Premier ocupa el puesto número 1 en cuanto a precios desorbitados, pero nuestra Primera División es su perseguidor más cercano. Y no por mucha diferencia: la media aquí está en algo más de 69 euros. En ocasiones se ven casos sangrantes, como el anuncio que hizo el Getafe hace algunos días; el club azulón, sin justificación alguna, decidió hace unos días que las entradas para su enfrentamiento contra el Barcelona, previsto para el 31 de octubre, costarán el doble de lo habitual. La más barata, en las zonas más incómodas y de peor visibilidad de su eternamente vacío Coliseum, costará 60 euros. Los valientes que quieran una de las localidades más caras abonarán un centenar.

Con honrosísimas excepciones, situaciones similares se viven en todas las taquillas del país. Con el agravante de que, en términos relativos, a un español le cuesta muchísimo más que a un inglés ir al fútbol: el salario medio británico, según datos de Expansión, es de 3.684 euros mensuales, frente a los apenas 2.180 que, afirma el diario económico, se cobran de media aquí. Y sin embargo, más allá de las típicas discusiones de barra de bar, jamás se ha producido ninguna queja seria, ninguna movilización, para que este problema se arregle. Lo máximo que se llega a ver es la "protesta por omisión": dejar de acudir al estadio.

Son numerosas las causas que se pueden atribuir a este hecho. La primera es muy evidente: la situación económica global de España es bastante peor que la inglesa. Pese a los anuncios triunfalistas de las diferentes administraciones, seguimos sufriendo un desempleo incontrolable y precario, y unas medidas de austeridad de las que sus promotores auguran maravillas a largo plazo, pero cuyos efectos inmediatos suponen un esfuerzo añadido a la población. Literalmente, el fútbol, aunque no deja de ser una válvula de escape para evadirnos de todos estos problemas, es la última de nuestras preocupaciones. Hay muchas cosas por las que manifestarse antes.

Por otra parte, puede influir la percepción diferente que a lo largo de la historia han tenido los aficionados ingleses y los españoles sobre sus equipos de fútbol. Aunque en la mayoría de los casos, a ambos lados del mar, los propietarios suelen ser empresarios sin vinculación afectiva alguna que no buscan más que hacer dinero, para los habitantes de la isla su club es una parte más de su vida cotidiana. Está presente en su día a día, se sienten más involucrados con la entidad, se consideran de hecho parte de ella. No es nada raro encontrar en Inglaterra fanáticos de equipos de tercera o cuarta fila, porque son los de su ciudad, su pueblo o su barrio, siempre ha sido así y no hay razón para buscarse otro. En España, sin embargo, los dos de siempre monopolizan la mitad de los aficionados en todo el país. Hay clubes que ni siquiera son mayoritarios en sus territorios de origen. Y es poco probable que, por ejemplo, a un madridista de Almería o a un culé de Badajoz les preocupe mucho este tema.

Desde los medios de comunicación también deberíamos entonar un mea culpa. En el fútbol siempre se han manejado cantidades más bien elevadas de dinero, pero en los últimos años se han alcanzado cotas casi obscenas. En lugar de afrontarlas con espíritu crítico, como el derroche que son, la prensa las ha celebrado: el fichaje más caro, el sueldo más alto, la cláusula de rescisión más desorbitada, a mayor gloria de la que en su momento se bautizó como Liga de las Estrellas. Hemos asumido como razonable que las cifras que se manejen sean enormes, por lo que a (casi) nadie se le ha ocurrido objetar ante la escalada de precios para el espectador de a pie.

Motivos suficientes para que, a corto plazo, sea improbable un cambio en la tendencia. Quien quiera presenciar en directo enfrentamientos de la autodenominada mejor liga del mundo tendrá que vaciarse los bolsillos hasta que no queden más que telarañas. O eso, o quedarse en su casa viéndolo por la tele, o escuchándolo por la radio (que, de momento, es gratis). Mientras tanto, en el Alfonso Pérez, como en otros tantos campos, seguirá viéndose más hormigón que gente, algo que, visto lo visto, no preocupa demasiado a las directivas.

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