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Muere Miguel Ángel Rubio, el masajista deportivo ciego que hacía milagros

Fue durante muchos años el encargado de tratar las lesiones del equipo ciclista ONCE y, pese a carecer del sentido de la vista, tenía la reputación de ser capaz de detectar y curar lesiones que muchos otros profesionales de prestigio no podían arreglar.

Muere Miguel Ángel Rubio, el masajista deportivo ciego que hacía milagros

"El Brujo", le llamaban algunos. Para otros era "el Mago". Lo cierto es que la habilidad de Miguel Ángel Rubio Coronas no tenía nada de sobrenatural: se debía a años y más años de práctica. No había recibido una educación formal en fisioterapia, de hecho oficialmente su profesión era la de "digipuntor", pero conocía perfectamente el cuerpo humano y era capaz de detectar y arreglar casi cualquier lesión deportiva.

Y para eso se limitaba a usar sus manos. No necesitaba identificar las dolencias con la vista, sentido del que carecía desde su infancia. El paciente le indicaba lo que le molestaba y él hurgaba, detectaba el problema y lo resolvía con movimientos rápidos, precisos y contundentes. Nadie tenía muy claro cómo lo lograba, pero en casi todos los casos funcionaba a la perfección.

Su fama como eficaz curandero era célebre entre los deportistas del sur de Madrid, que abarrotaban la consulta que tenía en Leganés. Porque además, no cobraba tarifas desorbitadas: se limitaba a pedir la voluntad. Además, según algunos testimonios, ni siquiera había que abonarla bajo coacciones, como ocurre con otros gurús presuntamente gratuitos: en un lugar apartado de su piso había colocado una hucha en la que los visitantes dejaban lo que consideraran conveniente, sin nadie que les observara.

Este buen hacer le valió el trabajo que le dio cierta fama: el extinto equipo ciclista ONCE le llevó durante la década de los '90 y principios de 2000 a sus competiciones más importantes como parte del cuerpo médico. Por sus manos pasaron los más grandes pedaleadores de la época. No sólo los que formaban parte del club, como Laurent Jalabert o Alex Zülle. También recurrieron a él (hasta que Manolo Sáiz le prohibió beneficiar a la competencia) otros grandes de las dos ruedas como Perico Delgado o el mismísimo Miguel Induráin, que le agradecían sus servicios firmándole maillots que adornaban su despacho. Incluso profesionales de otros deportes, como el futbolista Pep Guardiola, confiaron en él. Con el catalán logró una hazaña que tiene ya carácter de legendaria: curarle una lesión muscular usando como herramienta la tapa de un bolígrafo.

Rubio, toledano de Fuensalida, estaba ya jubilado, como correspondía a los 69 años que había cumplido hace poco. Aquejado desde joven de una enfermedad que le hizo perder gradualmente la visión, estudió en el colegio de la ONCE en el madrileño Paseo de la Habana y en el centro de formación profesional del Parque de San Juan Bautista, también en la capital. Sus primeros pasos no los dio en el mundo de la salud, ya que su ambición juvenil era otra: era el batería de un grupo en el incipiente rock español de los '60.

Por suerte tanto para el deporte como, según dicen las malas lenguas, para la música, la vida le llevó por otro camino. Se metió en el mundo de la recuperación de lesiones, algo hasta cierto punto habitual entre los ciegos, ya que a menudo acaban compensando su falta de visión con más sensibilidad en el tacto; de hecho, la ONCE tiene una de las escuelas de fisioterapia más prestigiosas de España. Sus métodos eran poco ortodoxos pero eficaces, tal como indica a El Mundo el ex ciclista Eduardo Chozas: "El Brujo no masajeaba, él te metía los dedos donde estaba la lesión, te hacía mucho daño, pero te curaba. Yo llevé a su consulta a gente que iba coja y salía andando, como si fuera un milagro. Tenía un don".

Trabajó unos años en una clínica en Carabanchel hasta que Manolo Sáiz le descubrió y le fichó para su recién nacido equipo ciclista. A partir de ahí su reputación creció, hasta el punto de que hasta el equipo paralímpico español contaba habitualmente con él. Se convirtió en una eminencia respetada y querida por los muchos que, a lo largo de su carrera, le pidieron esa ayuda a la que él siempre se negó a poner precio.

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