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La selección de Siria, en busca del milagro

Mientras el país se desangra en una guerra fratricida, el equipo nacional de fútbol sigue en marcha, jugando sus partidos en el exterior, y rindiendo al máximo: actualmente lidera su grupo en la fase de clasificación para el próximo Mundial.

La selección de Siria, en busca del milagro

El sistema de clasificación para el Mundial de la zona asiática es el más complejo que existe, con diferencia. Hay sólo cuatro plazas fijas (más una quinta en un playoff contra un representante de América del Norte y Central) que deben repartirse entre 46 naciones inscritas, con niveles tan variopintos como el 41º puesto en el ránking FIFA de Irán o el 203º de Mongolia.

La estructura se subdivide en hasta cuatro rondas. La inicial, reservada a las selecciones más modestas, da paso a una primera fase de grupos, en la que estamos ahora: siete cuadros de cinco equipos (uno de cuatro, por motivos burocráticos: Indonesia fue descalificada) permiten avanzar a los siete campeones y los cinco mejores segundos. Estos doce, a su vez, se separan en otros dos grupos de seis; el campeón y el subcampeón de cada uno se clasifican directamente Los dos terceros pelean entre sí en la última ronda para ganar el derecho a participar en la última eliminatoria contra los americanos.

Tan confuso procedimiento da a entender lo meritorio que es clasificarse siendo oriental. Un país que aspire a entrar entre los elegidos superando tantas dificultades debería contar, a priori, con un ambiente relajado y unas instalaciones adecuadas para garantizar su preparación. O eso, o vivir un milagro, como el que está experimentando la selección de Siria.

El país está asolado por una guerra civil a tres bandas entre las fuerzas del presidente Al Asad, los grupos opositores y los terroristas del Estado Islámico, con combates continuos entre unos y otros e intervenciones internacionales que no terminan de decantar la balanza hacia ningún lado. A corto plazo no se atisba salida a la trampa mortal en que se ha convertido el territorio, y que ha generado, entre otras cosas, un éxodo masivo de refugiados. Sin embargo, su selección sigue compitiendo, y con notable éxito.

Las Águilas, apodo del combinado por el animal que aparece en el escudo de armas del país, van ahora mismo líderes destacadas en el grupo E de la segunda fase, con tres victorias en otros tantos partidos. Por detrás están Camboya, Afganistán, Singapur y, sorpresa, uno de los pesos pesados, Japón, contra la que se enfrentará el próximo 8 de octubre. Por motivos de seguridad los sirios no pueden jugar sus partidos en su sede habitual de Damasco o Alepo, por lo que se han trasladado a Omán, en la otra punta de la península Arábiga, a casi 2.500 kilómetros en línea recta.

Sólo dos jugadores de la selección han dado el salto a Europa, y están en equipos más bien modestos. El lateral derecho Ahmad Kallasi ha sido campeón de Bosnia con el FK Sarajevo, pero quizás la estrella sea Sanharib Malki, un delantero que ha hecho carrera en ligas como la belga o la neerlandesa y ahora golea en el Kasimpasa turco. El resto del plantel permanece en torneos de Oriente Próximo con relativamente escasa relevancia internacional.

La plantilla ha sacado fuerzas de la adversidad para unirse y formar una gran familia. Tal como indica a El Mundo el centrocampista Abdulrazak Al Husein, "da igual que seas cristiano o musulmán, o de cualquier sector del Islam; nosotros jugamos por un equipo y una nación". En general, los futbolistas prefieren no hacer declaraciones y limitarse a jugar. De la guerra hablan poco; el portero y capitán Mosab Balhous dice que "las imágenes de niños muriendo ahogados son terribles", y el seleccionador Fajr Ibrahim añade que sus corazones "sangran" cuando ven a "hermanos luchando entre sí". Pero nada más. Es complicado sacarles más palabras.

Siria jamás hasta ahora se ha clasificado a un Mundial. Su posición en la última clasificación de la FIFA es la 123ª, empatada con Baréin y más o menos la mismo nivel que la República Dominicana, Níger, Sierra Leona, Namibia o San Vicente y las Granadinas. Lo máximo que ha conseguido en su historia es un campeonato del Oeste de Asia y unos cuantos subcampeonatos en torneos regionales. Todavía queda mucho, al menos 15 partidos, estar presente en Rusia 2018 de momento no es más que una fantasía. Pero supondría una de las pocas, poquísimas alegrías que podría llevarse la población de un país muy necesitado de sonrisas.

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