El peor atleta de todos los tiempos

 

Al leer el nombre de Nerón, pensamos en todo menos en deporte, sin embargo, este gran personaje tiene una increíble anécdota, una que le amerita el mote de "Peor atleta de todos los tiempos", así de simple, asi de cruel y así de merecido.

Nerón escribía un poema dedicado a él cuando fue interrumpido. Toribio, su sirviente, le informó que un anciano lo buscaba. Antes de atender a su visita, el amo aplicó el castigo habitual que merecían todos aquellos que se atrevían a distraer su inspiración; Toribio recibió cinco latigazos en la espalda. “Por eso siempre serán sirvientes, son incapaces de sentir la poesía, el encanto de la creatividad”, le dijo el amo.

Al ver al anciano, el anfitrión poeta comenzó a carcajearse. La apariencia y vestimenta de su visita le provocaron risa.

-Viejo decrépito e inservible, te atreviste a silenciar mi verso, el verso de mi pueblo. Debe ser muy importante lo que dirás, de otra manera no entiendo que un mendigo sucio y harapiento tenga la osadía de ver el rosto de un emperador.

 

-Estoy sucio porque he caminado durante varios días entre el fango y la tierra. Y usted disculpará, pero habré de corregirlo. En primer lugar no es mi emperador, su terruño no es el mío. En segunda, pese a mi apariencia, no soy ningún mendigo. Hasta donde me conozco, los dioses me dotaron para ser cronista en mi amada Esparta.

 

-¡Ah! ¡Bienvenido espartano! Seguro estás aquí para felicitarme y entregarme una crónica de mi hazaña escrita por los dioses.

 

 

 

-Se vuelve usted a equivocar. Vine hasta aquí para decirle frente a todos sus sirvientes, frente a todos sus soldados y frente a todos sus lacayos del imperio que no ganó. Usted ha sido lo más denigrante que se ha visto en las Juegos. Las coronas que le fueron entregadas no se las merece. ¿Acaso no se dio cuenta que hasta los propios caballos se reían de usted?

 

-¡Insolente!

 

-Sé que me matará, que mi vida desaparecerá en Roma y no en mi amada Grecia. Pero mi sangre bien vale la pena ser derramada en sus propias narices. Usted se burló de mi pueblo, yo con mi sacrificio me burlo de usted. De cualquier forma, la historia ya está escrita.

 

El emperador ordenó la muerte del anciano. Lo ataron a una carroza que sería impulsada por caballos. Nerón, el emperador, quería que el hombre que lo ofendió muriera lentamente, humillado en el suelo. Mientras el anciano era arrastrado por los caballos, las crónicas del peor atleta de todos los tiempos se difundían en la clandestinidad en Esparta y Atenas.

 

Días después de la muerte del anciano, Toribio se presentó ante Nerón. Le entregó un pequeño panfleto donde estaba escrita su vergonzosa participación en la carrera de cuadrigas, competencia donde casi muere por su inoperancia para estar de pie en una carroza y en la cual las coronas de gloria las obtuvo gracias a que perdonó a Atenas y Esparta de pagar impuestos.

 

 

Toribio no se aguantó la risa y se mofó de su amo en su propia cara: “Los sirvientes no sabremos sentir la poesía, pero usted ni siquiera sabe mantenerse de pie y como dijo el viejo, hasta los caballos se reían del emperador”. No le dio tiempo de castigo a su amo, se degolló en ese mismo instante.

 

Pasaron los siglos y la historia conserva a Nerón como el ganador olímpico más ridículo que haya dado el deporte; los textos del anciano difundidos en el anonimato trascienderon más de lo que llegó a pensar.

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