El estilo no deja disfrutar al Barça

El estilo no deja disfrutar al Barça

Luis Enrique ganó la Copa del Rey ante el Sevilla y con ella empata a Pep Guardiola en número de títulos en sus primeros dos años. Siete títulos no es algo a lo que hacer ascos, y si además eres el primer entrenador en la historia en seguir un triplete con un doblete, lo raro es que no haya peticiones en el ayuntamiento para poner una calle en su nombre.

Sin embargo, una gran mayoria del barcelonismo no ha podido (o no ha sabido) disfrutar del éxito de su equipo bajo la batuta del técnico asturiano por culpa del dichoso estilo.

Porque es cierto que Luis Enrique, aunque mamó la escuela cruyfista en el club y tiene muchos puntos similares en su ideario a los de Guardiola, Eusebio, Laudrup, etc., ha sabido inculcar a su equipo de una dimensión nueva y que por desconocida en Barcelona está siendo algo despreciada.

Se trata del pragmátismo. Es una forma de entender que, cuando tienes que tomar decisiones que pueden ayudar al marcador aunque traiciones el dogma, vale la pena hacerlo si el resultado final lo amerita. No se trata del clásico "el fin justifica los medios", pues los medios siguen siendo los mismos, pero se trata de tener cintura, un plan B, saber que habrá momentos en los que el rival te adivine la jugada y para ganarle tengas que ser más listo y adaptarte.

Eso fue lo que hizo Luis Enrique ante el Sevilla. Se vio con un hombre de menos y una hora de juego por delante, y se echó atrás a intentar achicar agua hasta que sonara la flauta. Esta sólo iba a sonar en forma de una contra fulgurante, o de los penaltis tras la prórroga, porque desde que Mascherano fue expulsado en la primera parte, el Sevilla se hizo amo y señor del encuentro, estando a nada de certificar su superioridad con un tanto que les hubiera dado merecidamente la copa.

Pero el Barça hizo lo que tantas veces han hecho sus rivales: Se reforzó atrás, confió en su portero (que sacó dos manos increíbles y tuvo que besar el palo en agradecimiento tras un remate de Banega) y dejó que el tiempo pasara. De no haber sido por la expulsión del propio Ever Banega cuando ya se rumiaba la prórroga, el Barça lo hubiera apostado todo a la suerte de los penaltis, pero con la roja al argentino, las tablas volvieron a equilibrarse y ahí demostró Luis Enrique, una vez más, su buena cintura para mandar al equipo arriba en busca del golpe definitivo.

Lleva quejándose todo el año el entrenador que parece que si su equipo no gana 8-0 se tiene que tildar el partido de fracaso. La culpa de ese nivel de crítica la tiene la prensa y, en gran parte, Pep Guardiola, que se dice tan metículoso que incluso era (y es) capaz de comparecer ante la prensa después de un 4-0 con cara de pocos amigos y balubuceando que tiene muchas cosa que corregir a sus hombres.

Y no se trata de dar rienda suelta a los jugadores y que no exista la autocrítica, pero cuando se llega a tal punto que se desprecia el esfuerzo y el coraje que conllevan aguantar como jabatos durante una hora con un hombre menos ante el campeón de la Europa League, algo se ha perdido en el camino.

Estoy convencido que, al final de cuentas, la afición se cree siempre lo que le cuenten. Por lo que el partido del Barcelona ante el Sevilla, de haberlo hecho el Atlético de Madrid del Cholo, hubiera sido una noche épica que será recordada por los nietos de los allí presentes, mientras que al haber ocurrido cuando el excelentísimo defensor del buen fútbol, el FC Barcelona, estaba de guardia, la noche estuvo muy cerca de rayar la tragedia y la copa final no debería servir de consolación.

Es una pena que una temporada de doblete deje a algunos aficionados pensando que este ha sido un mal curso, porque al final tiene razón Luis Enrique: "El año ha sido cojunudo".

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