Pequeños grandes detalles en la historia americanista

Seguro varios americanistas recordarán el ritual de la vuelta olímpica con enormes banderas de amarillo y azul previo a los partidos de las Águilas en el estadio Azteca. Mientras eran portadas y ondeadas en la cancha, el himno del equipo retumbaba en las bocinas colocadas encima del círculo de medio campo. Bastaba esa breve ceremonia futbolera para encender los ánimos de una afición que recibía a sus jugadores en un estado de auténtico regocijo.

 

Vista panoramica del estadio Azteca. (Foto: Francisco Estrada/JAM MEDIA)
Vista panoramica del estadio Azteca. (Foto: Francisco Estrada/JAM MEDIA)

Hoy día ritual y bocinas ya no están. Ahora se recurre a un águila real para que luzca su vuelo dirigiéndose a un balón  que es depositado sobre el campo. En tanto, las legendarias bocinas que simulaban ser una araña o una piñata, esto con base en la sombra reflejada en el césped, pasaron a mejor vida.

 

 

Los detalles mencionados bien pueden ser catalogados como intrascendentes, sin embargo, por pequeñitos que parezcan, fueron parte de una cadena de emociones que tenía un efecto positivo en los aficionados americanistas que acudían al Coloso de Santa Úrsula cada 15 días. Con las banderas y el himno, los seguidores de las Águilas reafirmaban la fidelidad a sus colores, misma que se derramaba en un apoyo festivo antes del silbatazo inicial. Eran tiempos en los que aún no se apropiaban cánticos y porras (con toque sudamericano) de la adrenalina que implica alentar a un equipo por el orgullo de sentir su escudo.

 

 

 

Junto a banderas e himno había otro elemento que complementaba la euforia antes de los partidos,  un elemento que no se ve pero se escucha. “Alineaciones para el partido. Por las Águilas del América…”, decía esa voz que se convirtió en un sello distintivo del Azteca. Era la voz de Melquiades Sánchez Orozco. Cada vez que daba a conocer el once titular del América, la afición coreaba y aplaudía.

 

 

 

Por ahí dicen que nadie valora lo que tiene hasta que lo ve perdido. Un día la voz del señor Melquiades dejará de escucharse y será entonces cuando alguno que otro americanista se remonte al eco del sonoro sello que Sánchez Orozco impregnó en un inmueble que ha visto crecer a varias generaciones de futboleros, en este caso de aficionados águilas.

 

El futbol evoluciona, todo cambia, no obstante tiene la bondad de mantener intacta la nostalgia. América está por cumplir 100 años y los pequeños detalles también forman parte de las grandes historias; Melquiades Sánchez Orozco, por ejemplo, una leyenda.

 

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