Argentina sueña en Brasil

@ruubenrod

 

Hoy Argentina vive, come, ríe y sueña en Brasil…    

Brasil. Al interior incertidumbre por lo que viene y puede. Afuera, pintado de mediocridad y pobreza futbolística. En sus calles, el maquillaje del orgullo y dolor por ver a su país, la sede mundialista donde pensaron, planearon, presupuestaron e ilusionaron coronarse; iluminarse de azul y blanco, escuchar los cánticos más arrítmicos y poco melódicos para ellos, pero hirientes y dolorosos al corazón carioca, los de Argentina.

 

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Así es el Mundial de Brasil: una fiesta argentina, una sede albiceleste, que presume el “Decidme como se siente tener en casa a papá”, que lo único que llora uno de los finalistas es por ver sus pesos salir del bolsillo para un lugar con la historia de su futbol al comprar en reventa una entrada que va desde los seis mil hasta los 15 mil dólares. 

Argentinos que se les han metido hasta en las venas, que brinda con sus mujeres, embriaga con sus habitantes, charla con sus vecinos y apuesta con su país. Donde han llegado a tocar fibras de su cultura y tradición como la invasión, literal de su Sambodromo, en su lugar para dormir, estacionar y vivir.

Y es que de poco sirve el consuelo de las lágrimas de su emblema en cancha, de los discursos sociales y políticos en señalar a su guía como el culpable. Hoy el brasileño de siempre se despierta con la encrucijada e interrogación de apostar para campeón al enemigo eterno, rival histórico y odiado que puede vivir de un triunfo en Maracaná toda su historia, o de lo contrario, torcer por el conjunto que los dejó fuera, dolidos y con la derrota más trágica de toda su historia de cinco campeonatos del mundo.

El Mundial para el brasileño termina como inició: con una tragedia, dolor de cabeza, lágrimas y sufrimiento. Un Mundial que quieren que acabe, empatado.