La batalla final de la mejor generación futbolística de todas

DOHA, Catar— Uno por uno, han ido saliendo del escenario de la Copa del Mundo que dominaron durante tanto tiempo. Algunos, como Luis Suárez, angustiado e impotente en el banquillo de suplentes, no han podido contener las lágrimas. Otros, como Romelu Lukaku y Edinson Cavani, arremetieron contra cualquier objeto inanimado que se cruzó en su camino, incapaces de contener su rabia.

Uno o dos han sabido recibir con gracia el final: una sonrisa en los labios de Robert Lewandowski, satisfecho de haberse podido despedir, al menos, con un gol; un sutil y afligido movimiento de cabeza de Sergio Busquets cuando le dio la espalda al penal fallido que prácticamente había condenado las oportunidades de España en esta Copa del Mundo.

Por supuesto, todavía quedan algunos, al menos por ahora: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, Ángel Di María y Luka Modric, Thiago Silva y Pepe. Algunos partirán en los próximos dos días. Algunos lograrán posponer la ejecución durante otra semana más o menos. Uno o dos tendrán el final que anhelan, dentro del reluciente cuenco dorado del Estadio Icónico de Lusail, con un trofeo en sus manos y confeti a sus espaldas. Pero cuando sea que termine, sin importar cómo reaccionen, este será un adiós para todos ellos.

En ocasiones, en estas últimas dos semanas, se ha sentido como si esta Copa del Mundo fuera, en esencia, una gira de despedida para Messi y Ronaldo, sin duda los dos jugadores más importantes de su era y muy posiblemente de cualquiera.

Durante la mayor parte de dos décadas, han sido los personajes principales tanto en la narrativa general del deporte como en su vida diaria; cada historia ha sido, en el fondo, sobre ellos. Este torneo no podría ser diferente: después de todo, esta es su última oportunidad de obtener el único tesoro que aún se les escapa, de encontrar la pieza faltante, de consolidar no solo su leyenda sino también su apoteosis.

Sin embargo, Messi y Ronaldo siempre han sido algo más: las puntas de lanza y los abanderados de una generación de jugadores que ha dominado el fútbol durante más de una década, el elenco más estelar que jamás haya reunido el fútbol. Que sea o no la más talentosa no es, en cierto modo, especialmente relevante. Y sin discusión alguna, por cierta distancia, es la más famosa.

Al fin y al cabo, por debajo de Messi y Ronaldo se despliega un grupo que incluye no solo a Lewandowski, Suárez, Modric, Lukaku y Busquets, sino también a Thomas Müller y Manuel Neuer, Jordi Alba y Sergio Ramos, Karim Benzema y Paul Pogba, Eden Hazard y Kevin De Bruyne y Daniel Alves y otro par de docenas más.

Estos son los nombres que han penetrado profundamente la esencia del fútbol de élite durante lo que pareciera ser toda una vida. Han pasado 10 años desde que el Chelsea fichó a Hazard. Doce desde que Busquets y Alba ganaron la Copa del Mundo con España, 13 desde que Benzema se fue al Real Madrid, 14 desde que Alves se incorporó al Barcelona.

Y, sin embargo, estas puntas de lanza y centros de referencia siguen aquí. Gracias a la rápida profesionalización del fútbol y a los enormes avances de la ciencia deportiva y el acondicionamiento y la nutrición en las últimas dos décadas, han podido sobrevivir en la cima del juego durante mucho más tiempo de lo que sus predecesores podrían haber imaginado.

Por supuesto, esa longevidad ofrece una explicación parcial de la fama de este actual grupo de estrellas, pero no una completa. Esta es la primera generación de jugadores que ha pasado toda su carrera en la edad más dorada del fútbol, el periodo —impulsado por la popularidad de la Liga Premier de Inglaterra y la Liga de Campeones, por la creciente demanda de derechos de transmisión televisivos, por la insaciable sed de nuevos horizontes y nuevos territorios— en el que el juego pasó de ser el deporte más popular del mundo a lo que el historiador David Goldblatt ha denominado el “fenómeno cultural más grande que el mundo haya conocido”.

Sus clubes se han convertido en los máximos símbolos de estatus, y son disputados por oligarcas, jeques y Estados nación. Sus piezas de exhibición han sido prestadas y apropiadas para fines políticos y juegos de poder. Los jugadores que, en muchos casos, han sido los motores de ese potente crecimiento se han convertido en las personas más famosas del planeta.

A pesar de toda esa prepotencia y su gusto por la exageración, el fútbol tiene una curiosa tendencia a subestimar la verdadera magnitud de su impacto y atractivo. Por supuesto, esta no es una medida perfecta, pero Ronaldo tiene más seguidores en Instagram que cualquier otra persona en el planeta: casi el doble que Justin Bieber, por ejemplo, y no muy lejos del triple de seguidores que LeBron James y Rihanna. Lionel Messi es segundo. Tiene tantos seguidores como Katy Perry y Kourtney Kardashian juntas.

Eso ha tenido un costo. Quizás la mejor medida de la importancia de esta generación, de su omnipresencia y su atractivo, está en lo que viene después. Esta Copa del Mundo, como todas las Copas del Mundo, ha fungido como partera del futuro del fútbol: Jude Bellingham de Inglaterra, Gavi y Pedri de España, y Enzo Fernández de Argentina, no llegaron a Catar siendo desconocidos, pero con seguridad se irán de allí siendo estrellas. Así es el poder perdurable del torneo.

Sus edades, sin embargo, delatan una realidad. El fútbol, en efecto, se ha saltado una generación. No hay un grupo de herederos de Messi, Ronaldo, Lewandowski y el resto que espera tras bastidores, listo para apoderarse de sus tronos apenas se retiren, más allá de unos pocos: Neymar, Harry Kane, Mohamed Salah. Esta generación brilló demasiado fuerte como para que algo más pudiera crecer; fue solo cuando sus sombras se alargaron, solo un poco, que las condiciones comenzaron a ser favorables.

Eso no quiere decir que la vieja guardia cabalgará hacia la noche apenas termine su estadía en Catar. La Liga Premier de Inglaterra comienza de nuevo el 26 de diciembre, ocho días después de la final de la Copa del Mundo, y el resto de las competiciones nacionales de Europa le seguirán en breve. La Liga de Campeones se reanudará en febrero. Los personajes principales seguirán activos, por ahora. Todavía hay más títulos, más trofeos, más gloria por recolectar.

Pero para el momento que llegue la próxima edición de la Copa del Mundo, en 2026, pocos —si es que alguno— de ellos estarán presentes. Los que lleguen pueden esperar, en el mejor de los casos, tener el papel que Ronaldo parece destinado a cumplir mientras Portugal permanezca en la contienda: algo a medio camino entre un talismán y una fuente de problemas.

Para todos ellos, cuando sea que llegue, Catar es el adiós, el último momento de alegría y satisfacción de los abanderados de la época de los excesos del fútbol. Es perfectamente apropiado que haya sucedido de esta manera: que su batalla final se produzca en un torneo con un brillo sin igual y un glamour superpuesto, jugado en estadios dorados y ostentosos, monumentos a un mundo donde el dinero no es obstáculo y que fueron pagados con el sudor, la sangre y las vidas de personas demasiado pobres como para ser parte del espectáculo. Un torneo que se eleva sobre las arenas del desierto en un país atraído por el juego debido a su atractivo irresistible, sus poderosas estrellas, su fama pura.

Catar es el escenario en el que todos, en algún momento, dirán adiós. La generación más famosa del fútbol hará su última reverencia en el mero núcleo de lo que se ha convertido su deporte.

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