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América vs Chivas, el Clásico fabricado por la televisión que ya a nadie apasiona

América y Chivas sellaron un segundo empate sin goles consecutivo tras el 0-0 en el Estadio Azteca del torneo pasado. (Photo by Refugio Ruiz/Getty Images)
América y Chivas sellaron un segundo empate sin goles consecutivo tras el 0-0 en el Estadio Azteca del torneo pasado. (Photo by Refugio Ruiz/Getty Images)

Chivas y América empataron a cero. El agua moja y el hielo enfría. Los dos equipos más populares de México son una fábrica de aburrimiento. El afamado Clásico de Clásicos se ha convertido en una parodia de sí mismo desde hace mucho tiempo. No emociona a nadie y sólo se mantiene vivo gracias a la televisión. A los jugadores ya ni siquiera les interesa corresponder a la inflamación mediática que siempre acompaña a este partido: se dieron cuenta de lo fingida que resulta toda la parafernalia del todavía llamado Clásico Nacional.

Porque siempre se ha tratado de eso. Así nació este Clásico: había que inventar una rivalidad entre citadinos y tapatíos. El hijo predilecto de Televisa necesitaba un rival de alcurnia y nada mejor que guionizar una rivalidad contra el campeonísimo Guadalajara, el equipo más poderoso de México durante los 60. Las décadas finales del Siglo XX alimentaron esa rivalidad con partidos a la altura del mito. En el nuevo milenio los últimos destellos se gastaron muy pronto. Hoy nada queda: la historia se ha quedado sin hazañas de reserva.

Ya no existe lugar común con la capacidad suficiente de encubrir la realidad. Semestre a semestre, los referentes de uno y otro bando salen a desgañitarse en las horas previas: “Contra América está prohibido perder”, “Un clásico es un juego aparte”, “los clásicos no se juegan, se ganan”. Qué doloroso haber jugado al futbol por veinte años para salir a decir lo mismo cada seis meses. Toda una vida reducida a una semana de clichés que ya ni siquiera entrañan una mínima dosis de verdad.

A la luz de los hechos, el América-Chivas es un partido cualquiera. Nada queda del prestigio que algún día construyeron y que, desde luego, fue amplificado por una prensa ávida de relatos maniqueos entre buenos y malos. Las Águilas, el equipo omnipotente al que todos le tienen envidia, aunque de su presunta grandeza no quede ni el recuerdo. El Rebaño Sagrado, los hijos del pueblo que encarnan a la perfección el victimismo selectivo: “Perdimos porque jugamos con puros mexicanos; ganamos porque jugamos con puros mexicanos”.

Y es que, a decir verdad, América y Chivas son equipos muy parecidos. Los azulcremas dicen que la exigencia de su club es única, pero no hay mucha sustancia en esa afirmación: América fracasa torneo a torneo, según sus parámetros autoimpuestos. Porque si no son campeones, es fracaso. Entonces, por lógica, no hay equipo más fracasado en el futbol mexicano que el América. Chivas se comporta con la misma arrogancia americanista en la victoria y en la derrota. Es beneficiado igual que su odiado rival y recibe la misma protección mediática. Son, pues, dos equipos cortados con la tijera infalible del sastre televisivo.

El discurso fue rentable durante muchos años, pero todos los involucrados creyeron que podían eternizar la narrativa sin riesgo de obsolescencia. Por eso el reciclaje eterno de frases y dogmas. Porque este partido no tiene nada nuevo que ofrecer y la magia de un clásico descansa en la capacidad de reinvención constante. No todo el encanto radica en la historia. Un clásico es la mezcla perfecta entre identidad y vigencia. Y el Clásico de Clásicos del futbol mexicano no tienen ninguna. El hechizo terminó, por lo menos, hace veinte años y todos lo hemos visto en tiempo real.

Pérez Durán le muestra la tarjeta roja a Jonathan Dos Santos en el partido del sábado. (Photo by Alfredo Moya/Jam Media/Getty Images)
Pérez Durán le muestra la tarjeta roja a Jonathan Dos Santos en el partido del sábado. (Photo by Alfredo Moya/Jam Media/Getty Images)

Hay que voltear a ver los clásicos de otras latitudes. Ya no hablemos del Madrid y del Barcelona. Queda claro que esos partidos tienen aditamentos económicos que les aseguran la perpetuidad; pero Peñarol y Nacional, en Uruguay, mantienen una rivalidad centenaria que sin grandes jugadores ni planteles millonarios todavía divide a un país en dos y lo hace hervir de pasión.

Boca y River también se han vuelto adictos al cerocerismo, pero ningún jugador de estos planteles podría decir que su rival es “un equipo más”, como opinó Mateus Uribe de Chivas en 2019. No hay rasgo alguno que distinga al pretendido Clásico de Clásicos. Ni siquiera los propios jugadores lo toman en serio. Ya no extraña que Chivas haga más evidente su mediocridad en este partido, que en teoría le debería servir para mostrar autoridad y hundir al peor América de los últimos diez años.

La afición tampoco se siente atraída. Han encontrado auténticos clásicos en otros partidos. América en Pumas o Cruz Azul, y Chivas en Atlas, una rivalidad de más tradición y que verdaderamente expresa conflictos identitarios. El 0-0 del sábado es el último reflejo de un producto desteñido que no atiende ninguno de los requisitos que un clásico auténtico reclama. La magia de la televisión no podía ser eterna. El guion se volvió predecible y aburrido. Y no hay nadie a quien le importe escribirlo de nuevo.

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