Sí, son altos, pero no, no juegan baloncesto

Dave Rasmussen mide 2,18 metros y ya está acostumbrado a que las personas le pregunten (una y otra vez) si jugó baloncesto. (Sara Stathas/The New York Times).
Dave Rasmussen mide 2,18 metros y ya está acostumbrado a que las personas le pregunten (una y otra vez) si jugó baloncesto. (Sara Stathas/The New York Times).

Dave Rasmussen ha aprendido a lidiar con los pequeños inconvenientes que la vida le lanza.

Rasmussen puede decirte cuánto espacio —en centímetros incluso— le ofrece un asiento en la fila de salida de emergencia en diferentes aviones comerciales. En una oportunidad, tuvo que solicitar que quitaran un panel del techo para poder usar una caminadora. Asiste al Milwaukee Auto Show para explorar la amplitud de posibles autos de alquiler.

Ya en este punto, Rasmussen, de 61 años, está preparado para lidiar con los extraños que lo miran boquiabiertos, le toman fotografías y le hacen versiones de la misma pregunta que ha respondido durante toda su vida: ¿jugaste baloncesto?

Para personas excepcionalmente altas como Rasmussen, quien mide 2,18 metros, marzo puede llegar a ser el peor mes. Los torneos de baloncesto masculino y femenino de la NCAA han captado la atención de los especialistas en quinielas de la oficina. La lucha por entrar en la postemporada de la NBA se intensifica. Y las personas altas de todas partes, incluidas aquellas que nunca han tirado un balón a una canasta, son arrastradas por la locura sin tener nada de culpa. Por ejemplo, Rasmussen es un especialista en tecnología de la información jubilado.

“Siempre me siento mal por esas personas”, afirmó Cole Aldrich, un centro de 2,10 metros que jugó ocho temporadas en la NBA antes de retirarse en 2019. “Si eres alto, existe la creencia de que automáticamente debes ser bueno en baloncesto. Y si no lo eres, ¿qué diablos te pasa?”.

Mucha gente alta gravita hacia el baloncesto, el cual favorece a quienes tienen ventaja vertical ya que están más cerca del aro y su longitud les ayuda a defender, bloquear tiros y anotar contra oponentes de menor estatura. Pero también existen millones de personas que pasan sus días agachándose al pasar por los marcos de las puertas y maldiciendo a los ventiladores de techo, y que no tienen nada que ver con el deporte.

Nancy Kaplan, que mide 1,92 metros, probó el baloncesto cuando era más joven, pero no le gustó. Se convirtió en maestra. (Cindy Schultz/The New York Times).
Nancy Kaplan, que mide 1,92 metros, probó el baloncesto cuando era más joven, pero no le gustó. Se convirtió en maestra. (Cindy Schultz/The New York Times).

En cualquier caso, la situación cansa. Si no me creen, pregúntenle (o mejor no) a Tiffany Tweed, una farmacéutica de hospital de 1,93 metros de Hickory, Carolina del Norte, quien es interrogada todo el tiempo. Por supuesto, están las preguntas sobre baloncesto, pero, además, hay otras como: ¿Cuánto mide tu padre? ¿Cuánto mide tu madre? y: ¿Podrías alcanzarme ese libro que está en la repisa superior?

Tweed jugó baloncesto cuando era más joven, pero ahora les dice a las personas que era bailarina y hace un giro de puntillas para demostrarlo (en realidad, nunca fue bailarina).

“Decidí que me iba a divertir un poco con la situación porque estoy cansada de responder las mismas preguntas de la misma manera”, afirmó Tweed, de 37 años, quien tiene una popular cuenta de TikTok donde comparte las alegrías y los dolores de, por ejemplo, salir a comprar pantalones con una entrepierna de 94 centímetros. “Me encanta ser un modelo positivo para las chicas que son altas. Pero cuando llego a casa, lo que pienso es: ‘Por favor, déjenme en paz’”.

La jugadora promedio de la WNBA, que mide un poco más de 1,82 metros, supera por mucho en estatura a la mujer estadounidense promedio (1,61 metros). Los hombres estadounidenses que miden entre 1,82 y 1,87 metros —significativamente más altos que el promedio de 1,75 metros— tienen una probabilidad de cinco en un millón de llegar a la NBA, según “El gen deportivo”, un libro de 2013 escrito por David Epstein sobre la ciencia del rendimiento deportivo. Pero si ganas la lotería genética y mides 2,13 metros, tus posibilidades de llegar a la NBA son aproximadamente de 1 en 6. (Según NBA Advanced Stats, en la actualidad hay 38 jugadores activos que miden 2,13 metros o más; la estatura promedio de un jugador de la NBA es de 2 metros).

Aun así, la mayoría de las personas que miden más de 2,13 metros no son jugadores profesionales de baloncesto y a menudo llevan la carga injusta de verse obligadas a explicar sus elecciones de vida a extraños.

Daniel Gilchrist, de 40 años, jugó baloncesto brevemente en la Universidad Comunitaria del Condado de Johnson en Overland Park, Kansas, hasta que las lesiones lo obligaron a dejarlo. Su padre, Jim, lo había guiado hacia el deporte por razones obvias: Daniel medía 2,31 metros.

“En aquel momento me molesté un poco con él por eso”, contó Daniel Gilchrist. “Pero ahora que soy mayor, entiendo por qué quería que jugara. Y me alegra haberlo hecho, pero nunca fue algo que me apasionara”.

Gilchrist ahora sigue su pasión como actor y se le puede ver sobre el escenario en el Teatro Cívico de Topeka. El año pasado, interpretó el papel de Lennie en un montaje de “De ratones y hombres”, lo cual describió como un sueño que había tenido toda la vida. También ha sido elegido para actuar en una película próxima a estrenarse… como Pie Grande. Gilchrist reconoció el largo proceso de autoaceptación.

“Me tomó un tiempo”, dijo, “especialmente cuando era adolescente. Y todavía hay días en los que desearía pasar desapercibido. Pero hace ya bastante tiempo entendí que mis opciones eran aceptarlo o convertirme en un ermitaño”.

John Stewart, de 64 años, quien mide 2 metros y jugó baloncesto en el bachillerato y durante dos años en una escuela técnica, nunca se hizo ilusiones de tener un futuro en el deporte.

“¡No tenía ningún cazatalentos siguiéndome!”, narró. “Simplemente, no tenía el talento”.

Desde entonces, Stewart ha pasado 46 años trabajando en una cantera cerca de su casa en Burlington, Carolina del Norte, donde se ha acostumbrado a que la gente comente sobre su estatura y le haga las preguntas habituales. Y por unos segundos fugaces, disfruta hacerles creer que jugó baloncesto universitario de élite o incluso en la NBA, hasta que les dice la verdad.

“No me molesta en absoluto”, afirmó. “Es algo así como mis 15 minutos de fama”.

Este verano, Stewart planea asistir a la convención anual de Tall Clubs International, a bordo de un crucero por Alaska. La organización para personas altas incluye 38 sedes en Estados Unidos y Canadá. Hay requisitos de estatura: 1,87 metros para hombres y 1,77 metros para mujeres. Pero más allá de eso, la membresía está abierta a todos, afirmó Bob Huggett, presidente de la organización, quien mide 2 metros.

“Lo único que tenemos en común”, dijo Huggett, “es que somos altos”.

Huggett tiene una respuesta preparada cada vez que alguien le pregunta si jugó baloncesto.

“No”, responde, “y tú, ¿jugaste minigolf?”.

En los últimos años, la membresía en muchas sedes ha disminuido, síntoma de una tendencia más amplia entre las organizaciones sociales. Nancy Kaplan, de 55 años, maestra de jardín de infantes jubilada de Albany, Nueva York, recordó lo mucho que se divertía como miembro del Tall Club de la ciudad de Nueva York en la década de 1990. Nadie se le quedaba viendo. Nadie la señalaba. Y, sobre todo, nadie la acribillaba con preguntas acerca de medir 1,92 metros.

“Era tan maravilloso entrar a un gran salón de baile y que todos tuvieran tu estatura”, recordó. “Incluso podía usar tacones. ¡Tacones! En muchos de esos grupos, yo era la bajita”.

Por lo demás, Kaplan ha tenido que lidiar con su estatura “todos los días de mi vida”, reconoció. Cuando era niña, se burlaban de ella y le ponían apodos como “Big Bird”, el pájaro amarillo de Plaza Sésamo. El entrenador de baloncesto femenino de su bachillerato la presionó para que se uniera al equipo hasta que cedió, aunque dicho experimento duró poco.

“Odio correr y odio sudar”, afirmó. “Me la pasaba corriendo de un lado a otro de la cancha arreglándome el cabello”.

Como maestra, contó Kaplan, era examinada minuciosamente por sus colegas.

“Nunca eran los niños los que me decían: ‘Guau, eres altísima’”, afirmó. “Eran los otros maestros y el personal los que hacían comentarios: ‘Eres demasiado alta para enseñar en el jardín de infancia. ¿Cómo te sientas en sus sillitas?’. Es muy doloroso e hiriente que alguien pueda acercarse a ti y simplemente hacer un comentario sobre tu estatura”.

Al menos puede compartir sus penas con su hermana menor, Anita Kaplan, de 49 años, quien mide 1,95 metros y describió algunos momentos complicados de su propia vida, como cuando ingresa a un baño público.

“Las mujeres, con su visión periférica, te ven entrar y te dan una mirada bien específica por una fracción de segundo”, afirmó Anita Kaplan. “Y sabes exactamente lo que están pensando: ‘¿Qué hace este hombre aquí?’”.

Nancy Kaplan contó que la única vez que se sintió plenamente percibida como mujer fue cuando estaba embarazada.

A diferencia de su hermana mayor, Anita Kaplan fue atraída al vórtice del baloncesto por su padre, Allen, un optometrista de 2 metros que percibió su potencial. Entrenó en el patio frontal de su casa familiar, donde buscó compensar su falta de destreza —“No soy atlética, ni siquiera un poco”, aseveró— con pura fuerza de voluntad. Su cariño por el deporte creció junto con su reputación.

“Me llamaban ‘el Camión’”, contó Kaplan. “Y pude estar rodeada de hombres altos. Tenía un motivo oculto”.

Kaplan llegó a jugar en la Universidad de Stanford, donde fue una centro condecorada, y luego jugó a nivel profesional durante varias temporadas. Hoy, como madre de tres hijos adolescentes (dos de los cuales miden más de 1,82 metros), tiene sentimientos más matizados sobre su estatura. Le encantó jugar baloncesto, afirmó, pero también tiene la experiencia vivida de sobresalir siempre, de no poder esconderse nunca. La gente, contó, se le acerca todo el tiempo para preguntarle si jugó baloncesto. Siempre les responde que no.

c.2023 The New York Times Company