Sobre Riera, las adicciones y la educación de los futbolistas

Cuando el Udinese despidió a Albert Riera por pillarle jugando al póker en un casino esloveno mientras su equipo se jugaba los tres puntos frente al Chievo, lo primero que me invadió fue un sentimiento de pena. Recordar al jovencísimo Riera despuntando en el Mallorca de los Ibagaza y Eto'o a base de zurdita y centros desde la cal, sus buenos momentos con el Espanyol y la Selección, y verle en estas situaciones dignas de principiante a los 32 años ejemplifica su errática carrera. Una trayectoria zurcida a base de destellos puntuales y muchas decisiones equivocadas

También pensé en futbolistas que arruinaron su vida por la adicción al juego. En el gran Paul Merson, en Didi Hamman y sobre todo en Keith Gillespie. En eso y en la poca ayuda que reciben los futbolistas jóvenes por parte de sus clubes a la hora de enfrentarse a los peligros del profesionalismo. Gillespie lo explica bien en su libro 'How not to be a football millionaire'

"El domingo 29 de octubre de 1995 debería haber sido el hombre más feliz del mundo. Estaba en mi mejor momento, en lo alto de la liga con el Newcastle y había recibido los elogios de dos de las personas que más respeto en el fútbol, Kevin Keegan y Peter Beardsley. Había sido el mejor en White Hart Lane... después de 48 horas de juego destructivo que me habían sumido en una gran deuda. Había perdido 62.000 libras, el sueldo de un año"

No digo que Riera sea un adicto al juego, no conozco su caso y parece cosa distinta a la de los jugadores que he citado anteriormente, pero volviendo a Gillespie te das cuenta de que los clubes podrían hacer algo más por los futbolistas que contratan.

Alguno argumentará que pagarles sueldos astronómicos es suficiente. No lo creo. Seguramente muchos, especialmente los jóvenes que se encuentran de repente con una cantidad de dinero en el bolsillo que nunca habrían soñado tener, agradecerían tener alguien al lado que les aconseje bien. Y por supuesto, un trabajo educativo serio desde la cantera.

Seguramente, casos como los de Gillespie serían menos frecuentes.

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